“A riesgo de generar alguna odiosa correspondencia, voy a poner esto aquí: Estoy particularmente incómodo con los medios “seguros”. “Familia segura” es algo que tú escuchas mucho en la radio y la televisión cristiana. Pero trata, como yo, de encontrar alguna cosa en la Biblia que nos llame a vivir vidas “seguras”. No fue muy seguro para Jesús decir las cosas que dijo. La gente que ha predicado firmemente el evangelio a través de la historia ha sido golpeada, torturada y quemada en la hoguera, así que ¿por qué debo esperar que los medios me cuenten a mí y a mi familia esa historia de estar seguros?” (The Last TV Evangelist, Phil Cooke).

Me he permitido esta extensa cita porque, como he dicho antes, suelo hallar en los libros pensamientos que he tenido por muchos años; personas más conocidas las han dicho y por esa posición son más leídas y escuchadas. Son ideas a las cuales quisiera ponerles mi firma porque me reflejan tan bien.

He oído en los medios cristianos frases como: “Aquí protegemos a tu familia.” Siempre me ofusca algo esta lógica de la seguridad, esta atracción a la burbuja profiláctica, porque deja al descubierto esa neurosis que sufren los creyentes de ser tocados o afectados por el mundo en el que viven. La ironía es que son tocados igual. Un estudio hecho por el Barna Group en los Estados Unidos “encontró que entre todos los adultos que han estado casados, 33 por ciento se ha divorciado por lo menos una vez. Comparado con éstos, 26 por ciento de los evangélicos que han estado casados se han divorciado.” Un botón nada más.

La vida no es segura. Lo es menos para quienes toman en serio el asunto de la verdad y se meten en la realidad del mundo a vivirla, promoverla y abogar por ella. A muchas mujeres y hombres en la historia les costó la vida: les cortaron la cabeza, los metieron dentro de un tronco hueco y los aserraron, los crucificaron, los fusilaron, perdieron a sus familias o sufrieron la cárcel, la tortura, la vejación.

Estos flagelos no son muy deseables, claro. Pero cuando son la consecuencia por asumir la responsabilidad de vivir la palabra en vez de encerrarla en “seguros” espacios institucionales, los medios de comunicación podrían darle mejor prensa a aquellas y aquellos que viven y trabajan allí donde las cosas realmente peligrosas están pasando.

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