“- Así es la vida, dijo.
– ¡No! No es así. Bájate al tiro no más…”
Algo así era como terminaba un cuento que oí alguna vez. Como si fuera tan fácil bajarse de la vida. Para forzar la salida habría que violentarla y eso no es nada recomendable. O si no que se le vaya a uno por causa de una enfermedad terminal, ojalá no tan dolorosa. La expectativa más deseable es irse en el sueño, blandamente y sin conciencia. Pero como nada de eso es, por lo menos ahora, un camino posible, hay que lidiar con ella todas las mañanas.
A veces, como canta Serrat, la vida toma con nosotros café o se nos presenta en cueros. Son días agradables: un viaje, un encuentro largamente anhelado, un dialogo intenso y fructífero con mis alumnas de Desarrollo Personal. Un tiempo de charla en el Rigoletto o en el Esmeralda, sin apuro.
Otras veces aparece con una noticia atroz como la partida de Carlitos o una pelea descomunal con mi colega en el trabajo y el calefactor a gas que se rompe justo cuando empiezan las noches frías. O el insomnio, que se había ido hace tiempo y que ha regresado con sus exámenes de conciencia a destiempo, cuando uno ya creía que había vaciado la mochila.
La vida, con su repertorio de memorias que en ocasiones te acarician con un particular y lejano perfume de mujer o bien te planta una bofetada con mano seca e impredecible.
La vida, que va buscando caminitos entre las piedras y los abrojos o te lleva por aquellos verdes y suaves lomajes de la Araucanía profunda.
La vida, con sus eternidades y sudores febriles, con su concierto de cuerpo e ilusiones. O con su soledad acostumbrada, arrebujada en libros, películas online o la televisión entre sueños y reclamos.
La vida, que se adorna a veces con una remera a rayas y una falda floreada. O nada más se aparece con un saco de silicio y miércoles de cenizas.
La vida tiene su caprichos. Te deja tirado en medio de la ruta a las cinco de la mañana o te deposita suavemente en la blanca y sedosa arena de Hapuna Beach una tarde cualquiera. Como sea, con sus modos de dulce y de agraz, con sus luces y sombras la vida, como dice mi nana Andrea, “es corta, vivila con alegría…”

(Fotografía: “Sombría tarde rosada”)

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