Por esas cosas de la vida, mi cita se retrasó. Y en estos días que lo que más cuesta ahorrar es tiempo, yo lo estaba perdiendo.
Debía esperar una hora y media, cerca del mediodía en un frío hospital. Por cierto, una de las razones por las que creo que los hospitales son tan tenebrosos es porque hace tanto frío que desearía haberme traído una cobija.
Como no tenía cobija, ni tampoco señal en el celular, decidí irme a comer a la cafetería.
Una vez allí me avisan que estaba cerrada porque era el almuerzo anual de todos los empleados del hospital. Cuando me estaba retirando me llaman. Al regresar me avisan que si quería podía participar, comprando mi comida.
Debía matar tiempo así que aunque me pareció bastante extraño “colarme” en una fiesta de fin de año, entre.
Por dentro me reía mientras me servían la comida y apreciaba la decoración tan dedicada que habían puesto, miraba detalladamente cada persona participante y me preguntaba ¿qué hago acá?

Creo que conteste esa pregunta cuando de lejos el hombre de blanco me enseño mi lección del día.

Estábamos todos sentados al aire libre cuando comienza a llover. La lluvia parecía poca y todo el mundo permanecía inmóvil. Hasta qué la lluvia incrementó a un punto tal que se estaba mojando todo el piso y todos los que no estaban cubiertos por una sombrilla.
Pero el hombre de blanco se quedo. Con su calma característica permaneció.
La gente comenzó a correr para buscar un refugio, y el permaneció.
En el medio de la tempestad, el permaneció.
Permaneció pacífico y sin ser molestado por las circunstancias externas.
Sonreí al ver que parecía importarle tan poco lo que pasará a su alrededor. Así que me acerque a el y fue cuando entendí que su profesión en la medicina y su estilo de vida le habían hecho dar cuenta que había cosas mucho más grandes que influirían en su estados de ánimo, y sobre todo en su tiempo de comida.

Se sorprendió cuando le dije que me había dejado esta lección. Y se río al escuchar que escribiría sobre el.

Muchas veces no podemos ver ni siquiera lo que tenemos en frente de nuestros ojos hasta que alguien no nos lo dice. Y hoy, el me enseño una lección que probablemente el no consideraba aprendida hasta este entonces.

Deja un comentario