“Cuán insulso y tedioso sería el mundo sin misterio”, dice el maestro Ibn Sina para conformar a su discípulo Jesse ben Benjamin, afligido por el misterio que rodea a las enfermedades incurables. Son palabras adecuadas para su tiempo: es una escena de la película “El médico”, ambientada en la Edad Media. Suenan extrañas para nuestra época que, embriagada de información, inundada de imágenes y sonidos, no parece reconocer límites al conocimiento.
Se dice, Si no lo sabes, googléalo, o Seguro que hay un tutorial en YouTube. Tal vez sea ésta la razón por la que la mayoría de los estudiantes experimentan el aburrimiento en las clases. ¿Qué puede enseñar un profesor que ellos no puedan hallar en internet? Quizá sea también la explicación de por qué el abúlico espectador navega por los 900 canales que tiene disponible en su conexión de televisión satelital y no se detiene en ninguno donde pueda disfrutar de un documental, un espectáculo o una buena película.
Todo está ahí, disponible a un clic de distancia. Ahíta de estímulos audiovisuales, nuestra generación parece haber perdido la capacidad de asombrarse. Ya no tenemos la maravillosa experiencia de la perplejidad frente al misterio y lo desconocido. Por eso mismo, como escribí hace unos días, el salvaje degollamiento online de un grupo de prisioneros fue apenas una nota marginal en los grandes canales de noticias, ocupados por los últimos desnudos de la Kardashian o los premios anuales a la televisión.
Reconocer lo inexplicable es en cierto modo admitir nuestra incapacidad de comprender la complejidad del universo, un primer paso hacia la cordura, hacia el sobrio dimensionamiesto de nuestra humanidad. No somos infinitos.No sabemos todo. No podemos todo. Hay realidades que están más allá de nuestra comprensión y, por lo mismo, son imposibles de manipular.
La ilusión de las poderosas máquinas inteligentes, el acceso instantáneo a inmensas masas de información, la enormidad de recursos de toda índole no alcanzan a resolver ni mitigar la profundidad del misterio, la abrumadora realidad de lo desconocido y de lo imposible.
Nos haría bien pensar más frecuentemente en esta simple y concluyente verdad.

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