Las redes sociales instituyeron un signo que permite al usuario hacer saber a la audiencia su sentimiento respecto de una publicación: Me gusta, No me gusta. Hagamos énfasis en sentimiento. Que algo me guste o no me guste no tiene que ver con verdad o razón; es simplemente una expresión emocional de complacencia o desagrado. Ambas calificaciones serían simplemente un inofensivo inventario de los efectos que un tema puede producir en el plano de los sentimientos.

Pero la época que vivimos es única. Como en ningún otro momento de la historia humana se ha cambiado pensamiento por sentimiento y verdad por opinión. Es uno de los más devastadores genocidios perpetrados por la masa: la destrucción a granel del pensamiento crítico. Si cierta publicación obtiene, digamos, 53.876 Me gusta en las siguientes 24 horas de su aparición en la red, adquiere la apariencia de verdad, de hecho de la causa, de evidencia irrebatible. Es una estadística que refleja, a juicio de la clientela social, una verdad sociológica innegable.

Si bien el calificativo que comento puede ser útil para graduar la relevancia o interés que cierta publicación tenga en la red, expone a sus usuarios a que un arrollador caudal de estupidez y banalidad se convierta en verdad sociológica por la cantidad de Me gusta que obtiene. Es el fin de la conversación con sentido. Aparte que la Internet ya ha destruido casi totalmente el gusto por la conversación cara a cara, ha permitido a quienes no tienen nada realmente valioso que decir hacerse de un espacio que los coloca en el ojo de una audiencia anónima y hambrienta de emociones.

Una buena parte de lo que se encuentra en la red no merece un minuto de serio análisis. Pero No me gusta que una propuesta consistente, un argumento esmerado, un temperado ejercicio de la palabra quede al veleidoso arbitrio de un pulgar hacia arriba o hacia abajo y que la belleza de pensar y dialogar se vaya al tacho de la basura.

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