No se olvide de dar gracias antes de empezar el almuerzo, me dice mi hermana. Y yo la complazco porque sé que para ella estos asuntos rituales son de primerísima importancia. Se trata de una práctica que tiene una sólida base escritural, además de profundas raíces en la historia de vida de innumerables creyentes en todo el mundo. Refleja, entre otras cosas, el sentido de comunidad que la fe tiene con lo cotidiano.

Hemos estado hablando antes del almuerzo acerca de ciertos manejos financieros de los líderes de la organización cristiana a que ella pertenece y que han sido reportados por grupos disidentes en un sitio de Internet. No se trata de pequeños asuntos de plata sino de grandes flujos de dinero movidos para comprar lealtades, acallar conciencias sensibles y garantizar el ascenso de cierto dirigente a la conducción nacional del conglomerado.

Mientras almuerzo en silencio, no puedo evitar esta ironía: Seguramente los líderes de la organización involucrados en este fraude se cuidan diariamente de dar gracias antes de comer al mismo tiempo que roban, según las pruebas exhibidas, varios millones de pesos a la institución a la que “sirven.”

Algunas personas sinceras y sensibles pueden encontrar forzada esta relación un poco pedestre que hacemos entre agradecer al Señor por la comida y afanarse unos cuantos millones institucionales. Una cosa no tiene que ver con la otra, pensarán. Por supuesto; no pretendemos deslegitimar algo que tiene que ver con la realidad de Dios en nuestra vida diaria. Solamente me vino al pensamiento esta frecuente discrepancia que suele haber entre doctrina y realidad que tiene como resultado tanta gente desilusionada con la dirigencia.

A mi padre, que era un constante crítico de la institución religiosa a pesar de amarla apasionadamente, solían decirle: “Usted mire al Señor, no al hombre.” A lo cual él respondía invariablemente: “De acuerdo, pero quisiera que en el hombre que miro también pueda ver al Señor.”

Por cierto, el que esté libre que tire la primera piedra. Nosotros por nuestra parte nos retiraremos en silencio; pero nos seguiremos haciendo algunas inquietantes preguntas, porque como dijo alguien hace un tiempo por estos rumbos, a veces “todo tiene que ver con todo.”

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