Es imposible esquivar la reflexión sobre la ola de protestas sociales que tienen lugar en el mundo hoy, no sólo en América latina.

Como en tantos otros asuntos de relevancia pública, la mirada que uno ofrezca sobre la realidad va a encontrar detractores, algunos altamente virulentos. Quienes escriben y opinan en los medios atacan generalmente a dos tipos de personas: a los que están al otro lado de la calle (el enemigo) y, particularmente, a quienes intentan ofrecer una nota de equilibrio, una mirada que busque una perspectiva para mejor entender y resolver el problema.

Intento ofrecer unas ideas desde esta última posición.

“No son 30 pesos, son 30 años” se leía en una pancarta esgrimida por una chica en el centro de Santiago de Chile en los pasados días y en referencia al hecho que gatilló las protestas: el alza del boleto del Metro.

Esa es una percepción certera. Lo que destruye la justicia social y la paz obedece a procesos que toman años pero siempre conducen al mismo resultado: la protesta.

Es interesante leer en los libros de historia que los factores que contribuyeron a la caída del imperio romano son sorprendentemente similares a los detonantes del conflicto social actual.

El sitio de internet Roma Imperial cita algunas causas: antagonismo político (senado versus emperador), pérdida de la moral, corrupción política y de la Guardia Pretoriana, guerras constantes y gasto militar a causa de la expansión del imperio, economía decadente y alta inflación (!), desempleo la clase trabajadora, disturbios, motines callejeros, el circo romano, la esclavitud, desastres naturales y el cristianismo.

Este proceso, que tomó 500 años, terminó como terminan muchas naciones hoy y en mucho menos tiempo.

Un primer análisis sugiere que el comienzo del fin es la degradación moral. Pero es curioso que se asocie “moral” casi exclusivamente a cuestiones de orden sexual. La moral es un asunto más amplio. Se refiere a la calidad de la conducta de quienes controlan los procesos sociales: intelectuales, gobernantes, legisladores, jueces, fuerzas armadas, policía, grandes empresas y capitales, medios de comunicación, educadores, sindicatos, entre otros.

Me parece que los primeros responsables del buen funcionamiento de una nación o al contrario, de su destrucción, son quienes controlan las ideas, el poder y el dinero.

El pueblo, que constituye la gran mayoría, no tiene ninguno de esos poderes. Pero cuando las cosas se empiezan a descomponer dispone de un poder formidable: la protesta social.

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