La convicción facilita las cosas a la mayoría de la gente. Liquida las preguntas y ahuyenta las dudas. Dibuja claramente las fronteras y hace inútiles las discusiones. En efecto, dos personas que confrontan sus convicciones en lo único que se pondrán de acuerdo es que están en desacuerdo.

Aporta cuatro o cinco frases a prueba de balas y de tontos. Actúa como suave inductor del sueño. Opera como un moderado laxante y de paso aporta nutrientes a la flora intestinal conjurando así cualquier asomo de gastritis. Es un excelente linimento para sanar las úlceras y la rosácea.

La convicción gana su argumento de entrada, porque dígame usted si no es lindo tener las cosas claras, saber a dónde va uno y qué es lo que se tiene que hacer. ¿Puede haber algo más enfermizo que andar por ahí preguntándose si las cosas efectivamente son lo que parecen? La pura verdad es que en este mundo tan competitivo los sujetos que dudan son un muy desagradable tropiezo para los objetivos de la misión, cualquiera que ésta sea. Nada más recomendable entonces que endilgarles algunos ejemplares preceptos sobre el doble ánimo, la tibieza y otras especies por el estilo.

Hubo una larga, larguísima época en el mundo hasta entonces conocido, en la que toda la estructura institucional y los preceptos orientadores de la existencia descansaban sobre la convicción de que la Tierra era plana y que más allá del horizonte había un abismo profundo y terrible; además se creía que era el centro del universo con las estrellas y planetas girando a su alrededor. Concedo que es un ejemplo un poco extremo, pero válido si uno toma en cuenta que la convicción tienta a las personas a creer que hay una única y permanente manera de entender los asuntos de la vida y que cualquier persona que diga lo contrario está en un desgraciado error.

La convicción otorga a la gente un halo como de nobleza. Nada más romántico que alguien muriendo por sus ideales. En cambio, quienes se han retractado alguna vez o que han revisado sus convicciones a la luz de nuevas evidencias es raro que tengan un sitio en el Salón de la Fama. A lo más, la cultura predominante les abrirá un expediente en la sombría sección de los cobardes, los inconsecuentes o los herejes…

Así que, si no te gusta, te puedes retirar no más…

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