Las cosas que parecían eternas devinieron leve recuerdo. (Es tan aleccionadora la proximidad del fin: le pone perspectiva a todo). Lo que creíamos a pie juntillas era nada más una posibilidad entre tantas otras.

Somos pasajeros, como una vez dijo alguien, “a horcajadas en la luz”. Es como si de pronto nos diéramos cuenta que no hay semidioses aunque a veces así nos sentíamos: dueños de la palabra, de todas las horas, de la fuerza creadora. El tiempo es un apuntador que nos recuerda que el acto final está cada vez más próximo y el telón caerá sumarísimamente.

¿Qué va a pasar con todo aquello que construimos, que inventamos, que sentimos? ¿Dónde se radicarán definitivamente los recuerdos de la pasión, del hambre, de la búsqueda, del deseo? ¿Cómo nos amigaremos con los registros de la entropía en los huesos, en la sangre, en los nervios?

Tanta primavera, tanta tarde que se fue en llamaradas de oro y de fuego entre las nubes, tanta lluvia y sol, viento y helechos iluminados. Tanto viaje, tanta frontera. La inmensidad del desierto, la pronunciación reiterada de las islas, el tóxico de las ciudades. Lo que pudo ser y no fue. Lo que fue pero que no queríamos que fuera. Todo lo que no soñamos y pasó igual. La imposibilidad de la paz perfecta.

No puedo amigarme con el optimismo de los memes ni con el intento dulzón de los versículos que adornan ideas recontra repetidas ni con los anuncios de dorados ancianos de pantalones beige y poleras elegantes – canositos ellos, sonrientes y relajados -, la música a todo volumen, la gente que habla a gritos en los cafés.

Dormir profundamente en la plataforma de un camión entre los sacos de cemento, comer pan con tomate, sandía y cocacola, pasar la noche entera bailando Son of my father y Mary had a little lamb y otras mil imágenes de lo que fue (y que queríamos que fuera), de lo que no será jamás.

Los años marrón… El almanaque en la ventana. Las manos un poco temblorosas. La mañana difícil de comenzar. El ocaso de los deseos, al menos en el cuerpo. La mente que crea, que arde, que palpita, al revés de los tiempos de afuera. Eso, pues: el hombre interior que se renueva, etcétera…

Transiciones. La permanencia del cambio.

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