Aylan Kurdi fue encontrado muerto en una playa de Turquía.
El salvajismo y la corrupción de la política, las creencias religiosas fundamentalistas, una economía mundial de injusticia y maldad, la guerra, la indiferencia del mundo, la conciencia embotada de las gentes que pasan la velada mirando estupideces en la televisión, en fin, la naturaleza humana en su más flagrante expresión asesinó a Aylan. Cualquier otra palabra está demás.
Mañana lo vamos a olvidar. El próximo disco del cantante top, el multitudinario congreso sobre las futuras luces de arriba, el enésimo proyecto para alcanzar al mundo que se va a perder en la noche de los tiempos, el show de moda con sus celebridades invitadas que nos contarán sus dramáticos testimonios y las muchas ocupaciones de nuestra institución religiosa volverán a ahogar a Aylan, esta vez en la ola de nuestra indolencia por la realidad circundante. Total, son los últimos tiempos y ya habíamos sido avisados que las cosas se iban a poner peor. Y si no quieren creer, más mal para ellos porque ya le dimos el mensaje.
Algo así. Tal vez no sea tan cruda la realidad. O quizás sí. Pero es lo que hay.
Hace unos días ofrecí a un grupo de comunicadores unas ideas en torno a la responsabilidad social de los cristianos y me referí con dolor al magro balance de trescientos años de esfuerzo evangelizador en todos los continentes del mundo. Alguien, en medio de los saludos de despedida, se me acercó y me dijo al oído algo como: “Le voy a dar una respuesta cristiana a su preocupación: pocos son los escogidos.” Claro. Mi denuncia de la realidad del reducido impacto del cristianismo en el tejido social del mundo es una reflexión pagana, la mirada de un comunicador que carece de la espiritualidad para comprender los misterios de Dios. Eso es lo que decía el rostro de aquel sensible testigo de su fe: las cosas están así porque son designios superiores; deje de agitar, hermano; disfrute del evangelio y no se amargue con números y fotos de niños arrastrados a la orilla de la playa por un mar indiferente.
Un niño en la playa. Un cuadro sin importancia para quienes viven los grandes asuntos del ministerio.

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