En una vieja casa, en las afueras de la ciudad, una familia disfrutaba  de su cena en un ambiente de paz y armonía.  De repente ven una llamarada de fuego, que rápidamente se iba extendiendo por toda la casa.

Todos lograron escapar a excepción del hijo mas pequeño, quien había quedado atrapado en el tercer piso. Las ardientes llamas habían terminado de consumir las escaleras, solo era cuestión de minutos para que los cimientos cedan y la casa se derrumbe.

El padre desesperado se acercó a la ventana que daba a la habitación del pequeño y comenzó a gritarle. El niño no podía ver nada por el espeso humo acumulado, pero se guió por la voz de su padre, como pudo llegó a la ventana y  asomando su cabeza grito, “¡Papá, papá! ¿Cómo hago para escaparme?”

“Aquí estoy, déjate caer y yo te recibiré en mis brazos”, gritaba su padre. El niño, aún con dificultad, logró salir por la ventana, pero aterrorizado por el vértigo, quedó inmovilizado aferrado al barandal.

“Suéltate y déjate caer” gritó nuevamente su padre. Pero el espeso humo que salía por la ventana, no le dejaba ver nada, entonces gritó nuevamente “no puedo verte papá”, “pero yo sí te veo, aquí estoy, ten confianza, suéltate, que yo te agarraré” gritó su padre. Pero el niño con voz temblorosa solo gritaba “Tengo miedo.”

Entonces el niño, sabiendo que le urgía tomar una decisión,  recordó cuantas veces se sintió seguro en los brazos de su padre. Entonces el pequeño recobró la confianza y se dejó caer.

 A los pocos instantes se halló sano y a salvo, en los brazos de su padre.

Salmos 121:2-4 dice: “Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá. El que guarda a Israel.”

A veces nos pasa que el humo provocado por alguna circunstancia, es tan espeso que no podemos ver la salida, nos sentimos solos, desesperados y a punto de desfallecer. Necesitamos como ese niño, escuchar la voz del Padre, la única que nos trae seguridad, ante una situación por demás amenazante.  La Palabra de Dios es una de las formas en la que El nos habla, toma tu tiempo cada día para escuchar su voz.

Algunas veces el Padre nos animará a que demos un salto, es decir a que nos soltemos en sus manos confiando en El. Es como renunciar a nuestra lógica y encomendarnos ciegamente en sus manos. La razón nos pide que nos aferremos a lo que vemos, pero la fe es confiar en Dios aunque no lo podamos ver.

El niño de la historia tomó la decisión de soltarse y confiar que su padre lo salvaría. Seguramente los segundos que pasaron cuando estaba cayendo, habrán sido por demás angustiantes, pero rápidamente fueron recompensados al sentir la seguridad de los fuertes brazos de su padre.

A menudo la vida, nos presenta situaciones que son oportunidades para activar nuestra fe. Solo el que es capaz de soltarse y confiar, puede alcanzar la recompensa de la paz y seguridad que Dios nos da.

El que es capaz de confiar en Dios por encima de sus propios razonamientos, podrá ver como El se ocupa de esa dificultad que parecía infranqueable.

Esto es algo reservado para los que se aferran a sus promesas, los que escuchan su voz, aunque no lo puedan ver.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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