Cuenta la parábola que dos hombres estaban orando en el templo, uno de ellos era fariseo y el otro publicano, ambos se acercaban a Dios con distintas oraciones, según Lucas 18:11-14 (TLA) la Biblia nos menciona lo siguiente:

“Puesto de pie, el fariseo oraba así: “Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres. Ellos son ladrones y malvados, y engañan a sus esposas con otras mujeres. ¡Tampoco soy como ese cobrador de impuestos! Yo ayuno dos veces por semana y te doy la décima parte de todo lo que gano. ”El cobrador de impuestos, en cambio, se quedó un poco más atrás. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada hacia el cielo, sino que se daba golpes en el pecho y decía: “¡Dios, ten compasión de mí, y perdóname por todo lo malo que he hecho!”. Cuando terminó de contar esto, Jesús les dijo a aquellos hombres: «Les aseguro que, cuando el cobrador de impuestos regresó a su casa, Dios ya lo había perdonado; pero al fariseo no. Porque los que se creen más importantes que los demás, son los menos valiosos para Dios. En cambio, los más importantes para Dios son los humildes.”

¿Alguna vez escuchaste este tipo de oración, o quizá de tus labios salieron palabras como estas?

Si analizamos a estos dos personajes que Jesús utilizó, podemos ver que cada oración es distinta; la del fariseo estaba llena de vanidad y de ego, quien en todo tiempo le mencionaba a Dios lo justo que él era. Por otro lado, tenemos al publicano, quizá por su condición no era visto de una forma favorable y con frecuencia era tratado con desprecio, pero la actitud que él tuvo ese día, seguro que conmovió el corazón de Dios. Porque según el versículo 13 el publicano estaba lejos, avergonzado y humillado por lo que hizo, tanto que ni alzar los ojos pudo, sólo pedía perdón por su pecado y misericordia para su vida.

Muchas veces actuamos como el fariseo, creyendo que todo lo que hacemos está bien, y nos es difícil entender que también podemos equivocarnos, que jamás seremos inocentes delante de Dios haciendo buenas obras. Dejemos el orgullo atrás y acerquémonos a Dios con toda humildad y arrepentimiento, así como lo hizo el publicano, lo cual lo llevó a la justificación.

No pierdas más tiempo pensando que por tus propios medios podrás llegar a ser limpio de todo mal, pídele a Dios que quite el orgullo de tu corazón, quizás las situaciones por las que atravesaste te hicieron pensar de esa forma, pero hoy Dios te extiende sus manos de perdón ¿Vas a rechazarlo?

La parábola termina diciendo: “(…) porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. Lucas 18:14 (RVR).

El fariseo y el publicano son representantes de actitudes típicas en nuestra época. Un hombre lleno de orgullo y el otro de humildad. ¿Con cuál de los dos te identificas? O más bien ¿Cuál de los dos eres tú?

Por Ruth Mamani

 

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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