Una vieja historia Romana cuenta que Telémaco, un monje proveniente de Asia menor (región actualmente conocida como Turquía), llegó a Roma para conocer la que en esa época era considerada la capital del mundo.

Aquel hombre había sido atraído por las portentosas edificaciones de piedra que fueron erguidas: El teatro de Marcelo, el templo de Palmira, el glamoroso mármol del senado y sobre todo, el extraordinario anfiteatro o circo romano.

Después de un largo recorrido por fin llegó a una posada, dejó sus cosas y de inmediato visitó cada una de esas edificaciones tomándose su tiempo para admirar cada una, pero cuando llegó al circo romano se quedó totalmente petrificado. No por su capacidad de albergar a 50 mil personas, ni por sus 48 metros de alto o por las enormes piedras talladas y sujetadas con abrazaderas de hierro, sino por las masacres que constantemente ocurrían en su interior.

En ocasiones simplemente metían algún ladrón que había sido sentenciado a ser descuartizado por una fiera, en otras algunos luchadores representaban batallas romanas donde alguien tenía que morir, pero la atracción más esperada era la lucha de gladiadores.

Aunque el monje había oído hablar de ese tipo de espectáculos, nunca se imaginó la magnitud de lo que verdaderamente ocurría. Tales actos eran inconcebibles. Simplemente la degradación humana había llegado a un punto tan insoportable que no podía quedarse con las manos cruzadas, entonces llenándose de valor, decidió saltar a la arena y detener una lucha entre dos gladiadores. Cuando comenzó a hablar exponiendo sus razones, la multitud lo apedreó hasta matarlo.

Unos meses después del incidente, se dice que el emperador Honorio puso fin a las matanzas en los circos romanos. Aunque el incidente no es mencionado por ningún historiador Romano, no deja de ser un relato que inspira valentía y coraje.

¿Qué es lo que motiva a un hombre a arriesgar su vida de esa manera?

En esa época  cualquiera era azotado y echado al circo romano por cualquier causa: robar, por no tener dinero para pagar los impuestos, ofender a un oficial romano y quizás la razón favorita, ser cristiano. Pero ninguno que esté en su juicio cabal se lanzaba por voluntad propia.

Tal historia me recuerda al apóstol Pablo, quien continuaba predicando el evangelio y levantando iglesia aunque sabía que existían peligros reales, de hecho en más de una ocasión cuenta en sus cartas las penurias que tuvo que sufrir en todos sus viajes.

¿Por qué? Ambos personajes vivían por algo que consideraban mucho más grande, mucho más importante y mucho más valioso que sus vidas.

Pablo expone sus razones de la siguiente manera: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.” 2 Corintios 4:17-18 Versión Reina-Valera 1960

Vivir con un verdadero amor por Dios y guardando su palabra como convicciones, siempre nos impulsará a hacer cosas descabelladas y que estén fuera de la lógica, siempre nos llevará a actuar con fe antes que con vista, siempre nos motivará a permanecer firmes aunque la tormenta caiga, siempre nos da las fuerzas para continuar adelante superando la oposición, etc.

“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?” Salmos 27:1 Versión Reina-Valera 1960

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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