¿Cuántas veces cometimos errores y lo último que deseamos hacer es reconocerlo?

Hace poco vi cómo dos autos colisionaron por la velocidad a la que ambos iban. Los conductores empezaron a discutir sobre quién tenía la culpa, uno dijo: “fue culpa tuya por no respetar el semáforo”. Mientras que el otro le contestó: “te adelantaste y no me diste tiempo de frenar”. La gente alrededor alarmada por lo que sucedía, optó por llamar a la policía, quienes no tardaron en llegar, pero no pudieron evitar que siguieran con la discusión, porque ninguno quiso asumir su responsabilidad.

Sin duda, una de las cosas más difíciles es reconocer nuestros errores, es poco común encontrar personas que digan: “Perdón, me equivoqué”,  “Asumo la culpa”, “Me haré responsable”.

En el capítulo 43 de Génesis encontramos la historia de José y sus hermanos, y en esta ocasión quiero resaltar la actitud de Judá frente a una gran necesidad que su familia atravesaba.

Como en todo Canaán el hambre seguía aumentando, y  en vista de que el trigo que trajeron de Egipto se había acabado, Israel su padre les dijo que vuelvan a Egipto y compren más, pero al enterarse de que obtendría el grano arriesgando la vida de su hijo menor, se entristeció su corazón por temor a perderlo como lo hizo con José.

Como el gobernador les dijo antes que si ellos no iban con su hermano menor, sería mejor que no volvieran porque no les daría lo que necesitaban, Judá estaba dispuesto a asumir la responsabilidad de llevar a su pequeño hermano de regreso a Egipto, y si algo pasara en el camino, él aceptaría la culpa. Quizás esas palabras tranquilizaron a su padre que accedió a la petición de Judá.

Esta es una característica poco común en nuestra naturaleza humana, ya que por lo general optamos por culpar a los demás o nos hacemos a los de la vista gorda.

Si hoy te encuentras en una situación conflictiva donde puede que seas culpable, te animo a tomarlo con responsabilidad, que asumas lo que te corresponde porque el hacerlo no sólo es de valientes sino también denota madurez.

Por el contrario, puede que no seas culpable del hecho, pero sería importante que te dispongas a escuchar a la otra persona y llegar a un acuerdo.

 Sé muy bien que soy pecador, y sé muy bien que he pecado.  A ti, y sólo a ti te he ofendido; he hecho lo malo, en tu propia cara. Tienes toda la razón al declararme culpable; no puedo alegar que soy inocente. Tengo que admitir que soy malo de nacimiento, y que desde antes de nacer ya era un pecador.”  Salmos 51:3-5  (TLA)


Por Ruth Mamani



El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.

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