En cierta ocasión había un grupo de gente sobre un muelle que esperaba la llegada del transatlántico, cuando de repente uno de ellos cayó al agua. Desde luego hubo mucha excitación en la multitud  pero nadie se atrevió a lanzarse al mar, pues se trataba de gente inexperta. Sin embargo, allí había un marinero que miraba al hombre cómo se agitaba en el agua, pero no hacía nada para salvarlo a pesar de ser un buen nadador.

La gente se extrañaba y viendo que al hombre le iban faltando las fuerzas, creció de pronto su indignación y exclamó: ¿Por qué no se echa usted al agua?

Dos veces se había hundido el pobre hombre, las fuerzas se le acababan, y cuando levantó sus brazos como por última vez, el marinero saltó al gua, sujetó al que se ahogaba y al instante lo llevó a tierra.

Después la gente comprendió la razón que tuvo el marinero en no socorrer antes  al que estaba en peligro. El hombre que se ahogaba era de mucho peso y bastantes fuerzas, con esas condiciones es probable que habría inutilizado, en su propio afán de salvarse, todos los esfuerzos del marinero y los dos habrían hallado la muerte. El marinero esperó el momento oportuno y entonces lo salvó.

Muchos de nosotros hemos experimentado lo mismo que el hombre que se ahogaba en la historia. Quizás no literalmente, pero hemos sentido cómo nos hundimos con los problemas y por mucho que intentamos no logramos salir a flote, pareciera que todo nuestro esfuerzo es en vano. Sin embargo, cuando dejamos de luchar con nuestras fuerzas y permitimos que Dios tome el control experimentamos la salvación.

Esto incluso sucede antes de que conozcamos a Jesús, cuando intentamos salvar nuestra alma de mil maneras, justificando nuestras acciones y tratando de hacerlo a nuestro modo. Pero llega un momento en el que ya no podemos más y decidimos entregarle nuestras vidas.

“Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo” Efesios 2:8,9 (NTV)

Tanto la salvación como las cosas que logramos en nuestra vida, son gracia de Dios, bendiciones que recibimos de Él. Por eso, cuando estamos enfrentando fuertes crisis, en lugar de desesperarnos y tratar de hacer todo a nuestra manera, debemos rendir nuestras vidas al Señor para poder ser rescatados.

¿Estás luchando desesperadamente por salvarte? Entrégate en las manos de Dios y permite que Él te rescate.

 

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Artículo producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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