Una noche el rey Jerjes no podía dormir, entonces ordenó a un asistente que le trajera el libro de la historia de su reino para que se lo leyeran. En los registros descubrió el relato de cuando Mardoqueo informó del complot que Bigtana y Teres, dos de los eunucos que cuidaban la puerta de las habitaciones privadas del rey, habían tramado asesinarlo.

-¿Qué recompensa o reconocimiento le dimos por este acto? -preguntó el rey.

Sus asistentes contestaron: -Nunca se ha hecho nada.

Resulta que Amán, el funcionario más poderoso de su imperio, acababa de llegar para pedirle al rey que atravesara a Mardoqueo en el poste que había preparado, porque él jamás se había inclinado para darle reverencia porque sabía que era enemigo de los judíos.

Cuando Amán entró a su habitación, el rey le preguntó: -¿Qué debo hacer para honrar a un hombre que verdaderamente me agrada?

El pensó: “¿A quién querría honrar el rey más que a mí?”.

Así que contestó: -Si el rey desea honrar a alguien, debería sacar uno de los mantos reales que haya usado y también un caballo que el haya montado, uno que tenga un emblema real en la frente. Que el manto y el caballo sean entregados a uno de los funcionarios más nobles del rey y que esta persona se asegure de que vistan con el manto real al hombre a quien el rey quiere honrar y lo paseen por la plaza de la ciudad. Durante el paseo, que el funcionario anuncie a viva voz: “¡Esto es lo que el rey hace a quien él quiere honrar!”.

-¡Perfecto! -le dijo el rey a Amán-. ¡Rápido! Lleva mi manto y mi caballo, y haz todo lo que has dicho con Mardoqueo, el judío que se sienta a la puerta del palacio. ¡No pierdas ni un detalle de lo que has sugerido!

Entonces tomó el manto y se lo puso a Mardoqueo, lo hizo montar el caballo del rey, y lo paseó por la plaza de la ciudad, gritando: “¡Esto es lo que el rey hace a quien él quiere honrar!”.

Cuando Amán regresó a su casa desalentado y totalmente humillado, le contó a su esposa Zeres y a todos sus amigos lo que había sucedido. A lo que ellos respondieron:

-“Este hombre que te ha humillado, es de origen judío, jamás tendrás éxito con tus planes contra él. Será tu ruina seguir oponiéndote”. Mientras estaban hablando, llegaron los guardias del rey y se lo llevaron al banquete que la reina había preparado.

Mientras bebían vino, el rey Jerjes le volvió a preguntar a Ester: -¿Dime qué deseas, reina Ester? Hasta la mitad de mi reino te daría, si me lo pidieras.

Ester le respondió: -Si su majestad en verdad me ama, y si le parece bien, le pido que salve mi vida y la de mi pueblo. Se ha puesto precio a nuestra vida, y se nos quiere destruir. Si hubiéramos sido vendidos como esclavos, yo me callaría, y no molestaría a su majestad por algo sin importancia.

El rey le preguntó: -¿Y quién se atrevió a hacer esto? ¿Dónde está?

Ester, señalando a Amán, le respondió: -¡Nuestro enemigo es este malvado!

Al oír esto, Amán se quedó paralizado de miedo. El rey se levantó de la mesa muy enojado, y salió al jardín para calmarse. Cuando Amán se dio cuenta de que el rey estaba decidido a matarlo, se quedó en la sala para rogarle a la reina que lo salvara.

Cuando el rey regresó, vio que Amán estaba demasiado cerca de Ester, entonces exclamó: -¡Sólo eso me faltaba! ¡Que le faltes al respeto a mi esposa ante mis ojos, y en mi propia casa!

Cuando los guardias oyeron los gritos del rey, entraron y le cubrieron la cara. Uno de los guardias, dijo: -En la casa de Amán hay una horca de veintidós metros de alto. Él la preparó para Mardoqueo, el judío que le salvó la vida a su majestad.

Entonces el rey ordenó: -¡Cuélguenlo allí!

Los guardias colgaron a Amán en la horca que él había preparado para Mardoqueo, y así el rey se tranquilizó.

La regla de oro: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti”, también se aplica a esta historia porque Amán recibió el mismo trato que quiso darle a Mardoqueo. Ningún plan que se confabule en contra de un hijo de Dios prevalecerá porque Él es quien nos protege.

Este es otro ejemplo en el que podemos ver como Dios exalta al humilde y humilla al altivo. Debemos estar conscientes de que cada uno de nuestros actos tiene un efecto, positivo o negativo; por esa razón es que debemos esforzarnos por hacer siempre el bien a nuestro prójimo todas las veces que podamos.

No paguemos mal por mal sino mal por bien, porque ese fue el ejemplo que Jesús nos dio. No nos cansemos de ayudar a todos los que nos rodean porque muchas veces no seremos nosotros los que gocemos de la siembra que hicimos pero podemos estar completamente seguros que nuestros hijos y familia serán los que disfruten de la abundante cosecha por la que trabajamos y nos esforzamos.

Miren, yo vengo pronto, y traigo la recompensa conmigo para pagarle a cada uno según lo que haya hecho. Apocalipsis 22:12 (NTV)

Dios está viendo tu trabajo y la fidelidad en tu servicio, sigue adelante porque el momento indicado Él sabrá recompensarte.

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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