Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia.

(Guillermo de Baskerville en El nombre de la rosa de Umberto Eco)

Estas palabras se encuentran al final de esta novela de Umberto Eco, durante el incendio de la abadía y después del juicio inquisidor a unos monjes y una chica inocente. El contexto confirma la gravedad de la afirmación: Bernardo Gui ha torturado a los monjes en su propósito de defender la verdad y el venerable Jorge ha incendiado una de las bibliotecas medievales más importantes a fin de que la “herejía aristotélica” no se propague entre los monjes.

No es que la verdad no sea digna de sacrificio; a veces sí lo es. Lo terrible es cuando en nombre de ella se asesina a otras personas. No hay peor justificación para el genocidio o la masacre que la verdad. Se la justifica como pureza doctrinal o racial, patriotismo, libertad o justicia.

La lectura de El nombre de la rosa remite hacia el final del texto, por cierto en forma novelada, a la Inquisición cuya misión era (según la mayoría de los diccionarios) descubrir y castigar las faltas contra la fe o las doctrinas de la iglesia. Aunque hay controversias respecto de la naturaleza y el alcance de su cometido lo concreto es que muchas personas murieron por haber transgredido la verdad sostenida por la iglesia.

¿Señor, quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? (1) le preguntaron los discípulos a Jesús por algo mucho menor que una transgresión contra la verdad; era porque unos samaritanos no los dejaban entrar a su aldea. Tengo la rara impresión de que ese celo no es extraño a nuestro tiempo. En otra ocasión Jesús mismo dijo, Y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. (2)

Unos estudiantes me preguntaron una vez por qué muchos cristianos pensaban que algunas guerras eran buenas y otras eran malas. No es una pregunta fácil, pero mantengo la sospecha de que el asunto de la verdad está involucrado por ahí. No necesariamente la verdad verdadera; más bien, la verdad creída.

(1) Lucas 9:54; (2) Juan 16:2

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