Conversaba con un amigo sobre un tema del cual pocas veces hablamos: La vejez. Aunque nuestra plática tomó un rumbo diferente, al final me quedé pensando en cómo será mi vida cuando llegue a la ancianidad.
En estos tiempos se practica algo parecido a lo que ocurre con las tarjetas de crédito, uno puede despilfarrar lo que quiere y no preocuparse por pagar de inmediato. Sin embargo, este pensamiento de «gaste ahora, pague después» tiene un plazo más corto de lo que parece, pues los años pasan con rapidez y la juventud no es duradera. Cuando somos jóvenes hacemos lo que en ese momento nos parece adecuado y no pensamos en las consecuencias que vendrán. Es cierto que debemos gozar cada minuto de la vida y no vivir atrapados en el futuro; sin embargo, esto no es un pase libre para caer en el libertinaje y dejar que nuestros impulsos guíen nuestra vida.
Cuando uno reflexiona en las malas decisiones que ha tomado en el pasado y no quiere enfrentar los resultados, puede caer en la tentación de negarse a envejecer ¡Como si fuera una opción viable! Sin embargo no hay nada que podamos hacer para evitar que los años pasen. Lo único que nos queda es empezar a vivir de manera tal que cuando seamos ancianos no tengamos nada de qué arrepentirnos y podamos decir que hemos tenido una vida plena y satisfactoria.
Esto implica estar contentos con cada etapa de nuestra existencia y aceptar los cambios que vendrán con el tiempo. La juventud no es mejor que la vejez o viceversa. Ambas tienen ventajas que se disfrutan en el momento adecuado. Pero para hacerlo, hay que ser sabios y no tomar decisiones apresuradas. Nadie sabe cuándo llegará el momento de su muerte, pero hasta ese entonces, vivamos en plenitud.
 
Este artículo fue producido para Radio Cristiana CVCLAVOZ.

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