Detener el flujo incesante de las palabras. Apagar los ruidos del habla. Atenuar la expresión audible del pensamiento. Dejar de decir. Poner en la boca el sello invisible del silencio.

Alejarme del rumor enervante de la ciudad. Restarme de las conversaciones. Apagar el teléfono. Buscar el amparo de un camino rural al lado de la ruta. Estacionarme en la cumbre de la cuesta Barriga y abismarme un rato con la vista del valle de Talagante.

Apagar la luz del cuarto. Dejar de oír en mi cabeza aquella canción. Apaciguar los sonidos del día que rondan en mi oído. Escuchar apenas el sonido de mi respiración.

Colocado, en virtud de nuevas realidades, en la posición de pasar muchas horas solo, el silencio vino a ser un inesperado compañero. Solía incomodarme. Me ponía ansioso, irritable. Buscaba escondites en la televisión y la música. Le hacía el quite monologando mis aprensiones, mis dudas, mis broncas. No conocía aún su serena pedagogía.

Con el tiempo, fui aprendiendo la artesanía del silencio. Como todas las cosas que verdaderamente importan, no se entrega de buenas a primera. No hay veleidad en esa renuencia inicial, sin embargo. Se requiere tiempo para convertir un trozo informe de piedra en una obra maestra. Se requiere tiempo para que el silencio desbarate la costra de ruido y multitud y nos encare con la belleza salvaje del ser.

No puedo recordar quién lo dijo; era algo así: “La mayor parte de los problemas que tiene la gente se debe a que no puede pasar una hora de silencio en su habitación”. Es una generalización algo ingenua, como todos los aforismos que leemos o que inventamos. Hay un grano de verdad en ello, sin embargo. A causa de la prisa y el ruido, confundimos lo importante con lo urgente, el fondo con la forma. Perdemos perspectiva. Desesperamos. El silencio viene a poner un poco de orden. Desviste. Desnuda la realidad. Refleja el propio estado. Expone lo importante. Quizá sea por ello que lo eludimos con tanta diligencia. Pero, pasando los días, le agarramos cariño. El oficio del silencio es promover un diálogo sereno, sin miedo y sin culpa, con lo que llevamos dentro.

No existe una escuela que enseñe a vivir”, dice una canción. No sugiero aquí que el silencio resuelve los problemas de la vida. Este no es un blog de autoayuda. De recetas y linimentos aquí no se trata…

(Publicado en noviembre de 2012)

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