Así se inicia la canción con la que Angel Galeano, presentador de CVCLAVOZ, identifica el diálogo que mantenemos todos los jueves vía teléfono en su programa Más Vale Tarde. Me gusta esta frase porque representa un sentimiento que me acompaña hace muchos años en mi andar por los rumbos de los evangélicos – sesenta y dos para ser exactos.
En este exigido mundo de la corrección política hay que decir que la expresión hombre aquí no se refiere al género sino a lo humano, que incluye mujeres y hombres. Dicho esto para la tranquilidad de los puristas culturales, continúo. En su exagerado énfasis en la depravación humana y la santidad de Dios la enseñanza cristiana ha derogado el valor del hombre y lo ha reducido a algo parecido a un gusano que sólo tiene valor si se convierte a Cristo. Este es un enfoque inexacto y contrario al texto íntegro de la Biblia. Cualquiera sea la condición de las criaturas humanas en sus desvaríos, su naturaleza y su valor continúan vigentes porque no dependen de su conducta sino de su origen.
Esta lectura teológica de la reducción del hombre a lo mínimo no es una noción original del mundo hebreo en el que tiene lugar la revelación original de Dios. Es una adición que entra en el imaginario de los creyentes principalmente a partir de los escritos de San Pablo, quien creció en una cultura penetrada fuertemente por la filosofía griega en su versión más cercana a Platón. Fue éste pensador el que introdujo la noción de que el mundo visible era inferior, impuro, aparente y por lo tanto el hombre lo era.
Cosas buenas tiene el hombre, porque es hecho a la imagen de Dios. Cosas malas tiene el hombre porque está a este lado de la caída. Y esa realidad la comparten los que creen y los que no creen. Algunos autores se refieren a la mirada emocionada de Adolfo Hitler frente al retrato de su madre o a su afecto por el bello paisaje que podía ver desde la Kehlsteinhaus, su casa de descanso en los Alpes bávaros.
“Veo su fealdad y su belleza y me pregunto cómo ambas pueden ser lo mismo”, dice la muerte refiriéndose a las criaturas humanas en la novela La ladrona de libros. Todo depende de cómo elegimos vivir. Eso, sin embargo, no cambia nuestra esencia.
Sí. Cosas buenas tiene el hombre…

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