Aquí, de nuevo en una terminal de buses para abordar el viaje hacia la noche. Alguna vez quise iniciar la bitácora de mis andanzas en bus, en tren, en avión y algunas veces en barco. Pasado el tiempo, luego de páginas y páginas de anotaciones sobre sitios y medios de transporte, desistí por la evidente inutilidad del empeño.
El primer registro que tengo del viaje es una locomotora de proporciones inmensas, un negro animal que bufaba ruidosamente echando de sí humo y vapor, el vagón de tercera con bancas de madera y unos maleteros encima de los asientos donde las señoras ponían a sus bebés a dormir. Era el viaje anual de la familia al lugar donde mis padres habían crecido, se habían conocido y se habían casado para emigrar luego a la capital.
Mi último registro, más de una cincuentena de años después, es esta sala de espera, sentado en el piso, esperando abordar un ómnibus a Temuco. Aprovecho el tiempo para escribir el artículo que debo publicar más o menos día por medio en este blog. Es un episodio más de ese otro viaje, el de mi cabeza alocada y febril. Ese viaje que comenzó cuando a los siete años y medio escribí para mi profesora la “composición” sobre mis vacaciones en el campo. No sé de dónde, o tal vez lo colijo ahora, salieron las palabras, precoces todavía para mi mínima experiencia de la vida. Hablaba algo como de unos enormes álamos verticales dorados por el sol del atardecer. Mi profesora llamó a mi mamá para preguntarle quién me “había hecho la tarea”. Inexperta en la complejidad de las palabras, ella respondió simplemente, “La hizo él…”
Palabra escrita. Palabra hablada. El viaje paralelo. La agonía y el éxtasis de contar el cuento de la vida, el color, la textura, el olor de las cosas, el ansia del cuerpo y de la mente, el misterio de una prosa que parece poesía pero no lo es porque la prosa está desnuda. Las exploraciones del texto sagrado, la profecía urgente, la denuncia del sistema institucional vetusto y agotado, el verso escondido que se revela de repente.
Hasta hoy, la pronunciación más o menos periódica de estos artículos es el espejo del viaje en el que vivo desde que pude pensar en lo que sentía y escribir de lo que pensaba. Cuando me vaya me llevaré sin remedio un equipaje de palabras inescritas, inhabladas, la profusa memoria de los lugares por donde pasé, me detuve, viví o no, amé o no, tantas historias jamás contadas…

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