Es posible que la liquidez de las cosas de las que escribía Zygmunt Bauman no sea más que el miedo a involucrarse. Mientras más te importa, más formas tiene el mundo de lastimarte, dice una chica en alguna película que vi una noche lluviosa. Nadie, creo, tiene un deseo innato de alejarse, de estar solo, de no tener más ganas. Pero al mismo tiempo, nadie quiere seguir infligiéndose voluntariamente la herida de la decepción.
La fragilidad de las relaciones humanas parece ser no otra cosa que la muestra de cuán poco, o casi nada, conocemos el verdadero amor. De tanto creer para desengañarse, de tanto desear para poseer, de tanto tener celos, de tanto malentendido, el amor va perdiendo su carácter y su belleza original; en cada esquina, en cada hora, tropezamos con su sombra en vez de encontrarnos alborozadamente con su materia profunda y eterna.
Tal vez por eso nos volcamos a las cosas y, por su naturaleza efímera, necesitamos reemplazarlas por otras más nuevas, más veloces, más potentes. El consumismo se convierte así en un amparo para el miedo, un linimento para el dolor y un artificio para esquivar la levedad de todo.
Tengo una libreta en la mesita baja del living de mi casa y a veces voy anotando ideas breves que dan cuenta del estado de las cosas más o menos líquidas que me conmueven. Algunas voy a mostrarles:

Preferían las ollas de carne, el pan, los ajos y las cebollas en esclavitud en lugar de los peligros y los sufrimientos de la libertad.
Me voy, me voy. A mi tren nocturno que no se suba el amor. Quédese en el andén con su pesado equipaje de abalorios y querellas.
La vida, ese absoluto lugar común…
Hasta que ya no tuve ganas de tener más ganas.
La inescapable realidad del cuerpo adverso.
La sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve para nada (Fermina Daza).
Al final, la calavera era ñata.
Reía… pero luego guardaba silencio.
Con el tiempo, la soledad comenzó a mostrarme su lado agradable.
Esplendor en la hierba, una pequeña luz, un destello de los días que se fueron.
Por los sueños que se hundieron allá.
No hay nostalgia peor que añorar aquello que nunca jamás sucedió (Joaquín Sabina).

No sé cuán líquida sea en realidad nuestra vida. Algo muy profundo dentro de nosotros aspira, creo, a la solidez de la verdad. Si no, no habría esperanza…

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