Explicaré el porqué de este tema: Hay que saber darse cuenta a tiempo. Me procuré hace tiempo aquí una tradición, aunque admito que la he quebrantado frecuentemente. Los viernes serían viernes existenciales. Nada de teologías, meditaciones espirituales ni asuntos de actualidad.
Incluso abrí esa tradición con un título sugerente: “Gracias a Dios hoy es viernes”. La prosa poética se me da mejor. Es más fluida. La información, la reflexión técnica tengo que trabajarla mucho más. Así que hoy les endilgaré (este es un verbo que también se me da bien) un viernes existencial.
Hay que saber darse cuenta a tiempo que hay ciertas conclusiones que sacar de la vida. Por ejemplo, después de tanta palabra, de tanto intento, después de tanta intención, lo más seguro es que no quede nada. Es como el proverbio de la Escritura: estela en el mar, camino de serpiente en la roca, marca de hombre en la piel temblorosa.
Tanto que he dicho en estos años, una inmensidad de pronunciaciones alteradas. Era una marea que subía por los costados, nunca por los senderos de la costumbre. Por eso, no aparece registrada en los anales de la oceanografía ni entra en los índices pluviométricos del sistema.
¿Hagamos una pequeña lista?
Muchas cosas fueron una siembra al viento. Algunas semillas cayeron en un barrito providencial y florecieron amapolas. Pero el viento se llevó la mayor parte de ese pretendido corpus, de esa epopeya viviente. No quedará más que un nombre, una nostalgia, un gesto imperceptible. Papeles amarillos, fotografías viejas, unas remeras grises usadas, una taza de té que se enfrió.
En 1818, dos meses antes de ser asesinado por los sicarios del régimen imperante, el guerrillero chileno Manuel Rodríguez lanzó un grito desesperado: “¡Aún tenemos patria, ciudadanos!”
Ha habido abrumadoras transformaciones sociales y del lenguaje que han tenido lugar desde entonces. Por eso, este vibrante grito se siente un poco ingenuo y harto demodé. Pero, de algún modo registra la estúpida idea de que los sueños son inmortales. Da cuenta del hecho irreductible de que hay algo que debe ser dicho antes de morir.
Así que, prosigo, impenitente, con la persistencia del loco, con la manía del ingenuo, con el afán del inconsciente. Prosigo la penosa travesía hacia ninguna parte. Téngase en cuenta que impenitente significa tanto persistencia en el error como obstinación en el pecado sin arrepentimiento. Así, queda al arbitrio del amable —o no tan amable— lector el tipo de estimación que pueda otorgar a estos desvaríos de viernes existencial.
Uno debería aprender a darse cuenta a tiempo.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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