Hay una frase que algunos utilizan y es: «pollos sin cabeza». Una expresión que se suele aplicar para aquellas personas que viven de manera apurada y automatizada. Que no tienen tiempo para nada, ni muchos menos para frenar a reflexionar sobre su propia existencia. Esta forma de correr, con prisas, pero sin objetivo claro, fue la que dio lugar a la expresión que tan popular se hizo.
Es bueno compartir sobre esto y pensar en cuántos hemos sido muchas veces «pollos sin cabeza». Cuántos hemos vivido de forma corriente como si la vida no tuviera freno y donde no hay lugar ni momento acorde para descansar.
La licenciada Débora Pedace sostiene que es un desafío desarticular estos comportamientos en los pacientes que llegan desorientados, sin expectativa de vida, con un elevado nivel de cortisol y sin darse cuenta de que están perdiendo lo más valioso que pueden llegar a tener… El tesoro más grande que la vida da y lo único que jamás se recupera: el tiempo.
En la película Rápidos y furiosos, el protagonista, Dominic Toretto, hace referencia a la frase: «Vivo mi vida a un cuarto de milla a la vez». Es que en la búsqueda constante de eficiencia y comodidad, muchas personas han adoptado un estilo de vida acelerado, donde la automatización desempeña un papel central. Sin embargo, este enfoque hacia vivir a mil de forma negativa ha generado preocupaciones y consecuencias que van más allá de la simple búsqueda de eficiencia.
Todo lo expuesto anteriormente está vinculado con el concepto de hiperconectividad. La dependencia de dispositivos electrónicos y la constante exposición a notificaciones puede generar niveles elevados de estrés. La sensación de estar siempre disponible para el trabajo, las redes sociales o las demandas personales puede generar dificultades para cultivar nuestra salud mental y afectar negativamente las relaciones interpersonales.
La pérdida de la conexión humana genuina y las interacciones cara a cara han sido sustituidas por mensajes rápidos y comunicaciones digitales superficiales. Esta falta de tiempo para el ocio y la socialización física puede producir sensación de soledad, tristeza y ansiedad.
Ya se ha comprobado que el vivir a mil implica un ritmo de vida frenético que deja poco espacio para el autocuidado. Por lo tanto; este tipo de personas que llamamos «pollos sin cabeza», expresan tener dificultades en el sueño, hábitos alimenticios poco saludables y falta de ejercicio físico. Todo esto contribuye de forma negativa en la calidad de vida de quien lo padece, y les hace más vulnerables a desarrollar psicopatologías como la ansiedad, la depresión y otras enfermedades relacionadas con el estrés.
Es evidente que vivir de este modo produce consecuencias negativas y devastadoras para la salud y bienestar general, por lo que es crucial buscar alternativas para alcanzar nuestros objetivos sin perdernos en el camino. ¿De qué manera? Siendo conscientes de esta automatización descontrolada, estableciendo un equilibrio que logremos sostener para disfrutar de los beneficios de la tecnología sin sacrificar la salud mental, las relaciones interpersonales y la creatividad.
Reflexionar sobre las prioridades y la adopción de hábitos saludables puede ser el antídoto necesario para contrarrestar los efectos perjudiciales de una vida automatizada en exceso. Para comenzar, te invito a hacerte las siguientes preguntas:
Si puedes, cierra tus ojos por un momento. ¿Cómo te ves? ¿Cuál es la primera imagen que ves sobre ti? ¿Estás donde quieres estar? ¿Cuál es tu calidad de vida hoy? ¿Cuándo fue la última vez que utilizaste las palabras: «gracias», «perdón» y «por favor»?
Esto será una guía que podría ayudarte a hacer una autoevaluación. Pero sucede a menudo que se requiere de ayuda terapéutica para que los objetivos sean claros y llegues a tus metas específicas; y así seas una persona coherente que vive el momento presente y, a su vez, despliega todo el potencial que tiene para lograrlo. ¿Te animarás a intentarlo?
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