¿Me molesta el éxito de los demás? Esta es una pregunta que debemos responder con toda sinceridad.
No se puede resolver un mal si no se identifica el problema. Es como toda enfermedad, requiere ser diagnosticada para poder erradicarla. Así también necesitamos reconocer el mal que hay en nosotros.
Si realmente me molesta el éxito de los demás, quiere decir que hay envidia en mi interior; y se puede identificar con algunas de las siguientes preguntas:
—¿Por qué ascendieron a mi compañero de trabajo si yo tengo mayor antigüedad?
—¿Cómo es que él pudo comprarse un auto de último modelo y yo tengo esta chatarra?
—¿Por qué esta persona es líder de la iglesia si yo soy más fiel?
Como estas, hay muchas preguntas que reflejan que hay molestia por el éxito del otro. Esto sucede porque nuestra mirada empezó a enfocarse en los demás.
Recordemos que en la Biblia nos dice que debemos poner nuestros ojos en Jesús. En el libro de Colosenses dice:
Ya que han sido resucitados a una vida nueva con Cristo, pongan la mira en las verdades del cielo, donde Cristo está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios. Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra.
Colosenses 3:1-2 (NTV).
Debemos volver a enfocarnos en Dios. Reconocer que hemos dejado que el pecado de la envidia ingrese en nuestro corazón.
Si el éxito de los demás me produce malestar es porque he perdido de vista a Dios. Es necesario que tengamos presente que, si realmente Cristo reina en mi vida, no debo permitir que pensamientos, emociones ni sentimientos de envidia surjan en mí, porque el verdadero amor no tiene envidia.
Es importante caminar con Jesús, Él nos ayuda a desarrollar su carácter en nosotros, también nos ayuda a comprender quiénes somos en Él. Empezamos a ver las capacidades que tenemos y reconocemos nuestras limitaciones. A partir de ahí, nuestra autoestima se va fortaleciendo, de tal manera que el compararnos con el otro no es necesario porque se ha comprendido que cada uno es diferente.
De esa manera, poco a poco, ya no sentimos molestia por el éxito del otro; por el contrario; nos gozamos por los logros o las bendiciones que ha alcanzado mi prójimo.
El verdadero amor no tiene envidia. Dios nos dio su amor y su Espíritu Santo para que desarrollemos esta virtud. De esa manera el éxito de los demás producirá en nosotros alegría de corazón.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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