(Revisando archivos viejos apareció este rotundo “No”. Lo traigo de nuevo – un poco editado – al ojo avizor de nuestra fiel audiencia mínima).

No participo en discusiones bizantinas sobre la inmortalidad del cangrejo y la cuadratura del círculo. No hago reverencias. No creo en los discursos políticos y los mensajes apocalípticos. No me importa que mis ensayos paralelos no sean del agrado de la inmensa mayoría. No acepto invitaciones excepto para hablar de materias estrictamente profesionales y si son pocas mejor. No tengo ganas de tener ganas, aunque a veces sí.
No escucho música ni leo libros con contenido religioso. No uso corbata ni traje. No veo la televisión abierta porque la encuentro mala. No hablo a gritos. No escucho bien con el oído izquierdo. No me hace ningún problema llorar viendo una película o leyendo un libro. No aprendí a jugar ajedrez con la vida y no me interesa tampoco. No tengo habitación para huéspedes. No me atrae para nada la abundancia.
No le llevo el apunte a las divas – mucho menos a los divos. No me acerco a la gente que tiene poses y que se da aires de importancia. No me involucro con la chimuchina ni la multitud. No valgo un peso a las ocho de la mañana. No voy a aprender nunca a llegar a fin de mes. No soy un ejemplo para nadie y ni aunque pudiera. No soporto las modas ni las megatendencias.
No podría nunca dejar de ver lagos y montañas. No hay otra hora en que sienta tantas cosas como al atardecer. No he hallado otro aroma más puro que la lavanda. No va a existir jamás algo que reemplace a una conversación cara a cara. No me canso de manejar en la carretera cuando es de noche. No me dejen mucho tiempo sin la lluvia y el frío. No voy a hartarme nunca de mirar, de oler, de tocar, de oír, de gustar. No me gustan las conversaciones triviales pero no soy tonto grave. No he hecho todo bien pero no he hecho todo mal. No hago las preguntas que hacía antes pero tengo muchas otras.

No hay de qué…

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