Las viejas canciones que a veces te dicen la vida, porque las verdades de siempre están esparcidas por todas partes. No son patrimonio de ninguna gente ni de ninguna institución. Desparraman la noticia de las cosas que definen la inmensidad y la miseria de nuestro ser.
Ellas, las viejas canciones…

“En Comala comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver…”
Lo que fue, ya no es.
Es por no dejar, como decían en el campo los antiguos, intentar revivir el instante en nosotros inmortal. Frente a aquella ventana, el cuarto en silenciosa penumbra, la plenitud del bosque perfecto, el vuelo en el cielo profundo con un mar de nubes abajo, esa mesa en un restaurant italiano a la luz de las velas, el hechizo de la prodigiosa luz de la playa y el mar reposado y transparente, el chocolate caliente y la conversación inolvidable. Una vida entera se fue en un minuto irrepetible.
Crónicas maravillosas del ser se fueron como el agua entre los dedos. La batalla por la libertad, siempre perdida. El combate de las ideas, ese trámite inútil. El abrazo eterno, ahora doliente memoria.
Se fue.

“No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.”
En otra canción del mismo autor, este reverso de la moneda. Esta locura de soñar lo que es imposible y dormirse acunando una memoria imposible. Crear pequeños mundos invisibles donde el tiempo, la distancia, las realidades toman la forma de nuestros deseos y se hacen territorio bendito de Nunca Jamás.
La artesanía de un encuentro. El amaine pausado de unas manos trémulas. Unas miradas que no dicen nada pero sugieren historias infinitas. Palabras que declaran el día de la independencia, la libertad en todas las prisiones, la cancelación de todas las deudas, el perdón de todos los pecados, el borrado misericordioso de todas las caídas.
El amor imperecedero, sin reproches, sin abalorios, sin querellas. La eternidad en una tarde noche. La muerte y la resurrección en unas horas que nunca terminan.

Sobre todo, la brutalidad de tantos relatos:

“Todo lo que termina, termina mal.”
Sí, es verdad: algunas cosas terminan bien. Pero casi nunca son las que uno quisiera que terminaran bien. O que no terminaran jamás.

“La moneda cayó por el lado de la soledad…”

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