A la mayoría le puede resultar extraño, además de políticamente incorrecto, que se diga que es exagerado el énfasis de los entendidos cuando dicen que el mensaje central de la Biblia es la salvación del hombre. Este concepto está presente en la mayoría de los libros que se usan en las instituciones de enseñanza teológica.

He comentado en esta columna y en otros espacios que la marca del tiempo presente es la centralidad del problema humano. La política, la economía, la cultura, la ciencia, el arte, los medios de comunicación tienen como interés supremo el tema del bienestar y la felicidad humana. Todo como una gran selfie. Somos el centro de toda preocupación. Y quienes estudian la Biblia parecen haber sido atraídos por esta corriente fundamental.

La brevedad del espacio no permite mucha elaboración. Tal vez un ejemplo nos sirva de clave para entender el problema. Es un detalle pequeñito, ignorado por casi todas las personas, precisamente porque se considera natural que seamos el centro de las cosas.

Los editores de la Biblia han titulado como “Parábola del hijo pródigo” (Lucas 15:11-32) el pasaje del padre que entrega los bienes heredables al hijo menor y la historia que se desarrolla después. La sola lectura del título nos empuja a entender que el personaje central del relato el muchacho que después de malgastar su fortuna vuelve arrepentido al hogar.

Es curioso que la palabra “padre” aparece once veces en el pasaje y la palabra “hijo” solamente seis. Ese solo dato podría ayudarnos a pensar que hay alguien más importante ahí que el muchacho. Alguien que tiene paciencia, compasión, sensibilidad, humildad y sobre todo amor; es el que hace posible toda la belleza del cuadro. Tal vez convenga remarcarlo: la belleza del cuadro no está en el arrepentimiento del hijo. Está en el amor del padre.

Si pensamos que el tema central de la vida es alcanzar redención, descuidamos dos hechos muy significativos: uno, que nada de eso sería posible si no hay Uno que construye y que pone en marcha esa redención; dos, que la gran obra de ese Uno no es únicamente resolver el dilema humano del pecado personal y de la entrada en el cielo, sino “por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos…” (Colosenses 1:20)

Todas las cosas, no únicamente el problema de la redención personal.

(Este artículo ha sido escrito especialmente para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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