Al músico principal
Mi encuentro con el miedo ocurrió aún antes de comprender su magisterio letal. Me vino a través del cordón umbilical, venía en la sangre que me nutría en el vientre, porque mi madre era veterana del miedo: a la pobreza, al abandono, a la violencia. Antes de mi encuentro con sus ojos claros y beber mi primera leche en su seno joven, sin ella darse cuenta, su amor ya estaba teñido con el temor a la vida, al peligro que me exponía, como lo expresa magistralmente una frase de la “Cantata Santa María de Iquique”, el ser pobre y chico.
Tal vez una educación sensible, una cultura de familia feliz, el tibio rumor de las caricias hubiese conjurado el efecto del temor. Pero no había lugar ni tiempo para ello. Las exigencias de comer y de sobrevivir en una sociedad hostil licuaron la sustancia del amor. Mas allá de la casa, tal vez en la iglesia, fuera posible el amparo del amor de Jesús, de su entrega fundamental hacia el mundo perdido, de su magnífica humanidad. Pero tampoco fue posible. Dios es amor, pero fuego consumidor fue mi primera lección de la Escuela Dominical. Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgaron en mis sueños infantiles. Dios castiga pero no a palos. Cuidadito los ojitos lo que miran. El lago de fuego ardiendo.
Hubieron de pasar muchas décadas para vencer en el combate con el ángel del miedo. En el capítulo final de los días, al igual que al padre Jacob, me dejó una mueca de dolor que ha de acompañarme definitivamente. Pero su discurso lapidario ya por fin mi alma lo aborrece y lo ignora.
En estos escritos, como en todas las cosas que hago en mi vida, vierto el resumen de esa batalla feroz. El alma sensible a veces dibuja un poema, una melancolía, un abandono, una bronca fenomenal. Otras veces reclama la intolerancia de los mensajeros que atormentan al mundo con su anatema. A veces no más bosqueja el clamor de una sociedad que – doliente ironía – porta en su seno a quienes le podrían tender una mano para aliviar sus dolores. A veces, estas palabras ya no pretenden nada. Aunque no tenga ninguna utilidad práctica sólo piden que escuchen al poeta.
Así, transformando la materia del miedo y con imaginación de artesano intentamos construir un amparo, una esperanza, una conciencia que arrebate con violencia los frutos del reino.
Selah

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