Este mundo me resultaba muy familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad, ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas costumbres…

El otro mundo… era totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos…”

Este breve fragmento de Demian del autor alemán Hermann Hesse introduce magistralmente este sentimiento que todos alguna vez experimentamos al ser abordados inesperadamente por el mundo de los otros. Universos distintos y culturas diversas. Mundos que no se conocen, que no se quiere conocer, que asustan. Gente que piensa distinto, que no cree lo que yo creo. Personas que creen cosas sobre las cuales no quiero ni pensar. Palabras que nombran lo imposible, lo fantástico, lo aterrador, lo siniestro. Acciones temerarias, innobles, clandestinas.

La genial percepción de Hesse reside en la demostración de cuán lejanos aparentan estar estos mundos opuestos, pero cuán cercanos en realidad se hallan. La distancia no es geográfica sino cultural. Se nos entrena desde niños a marcar las diferencias y las distancias con esos universos paralelos. Nunca “paralelos” fue mejor palabra para definirlos: matemáticamente cercanos pero siempre separados. Se nos instruye a pensar que es en nuestro mundo donde reside la única luz, la única verdad, la verdadera forma de ser y de sentir. Lo ajeno representa lo equívoco, lo que hay que evitar, lo que hay que segregar en nombre de dioses, doctrinas y tradiciones.

Estos universos que conviven lejos pero cerca abarcan la diversidad de las cuestiones humanas, no sólo en el campo de las creencias religiosas o filosóficas, sino también en el terreno de la cultura y el orden social. No pocas veces, estos mundos entran en colisión con el triste resultado de que uno de ellos se impone, sometiendo o destruyendo al otro. Así es como ocurre, por ejemplo, en la novela El mundo es ancho y ajeno del escritor peruano Ciro Alegría.

Entrar en lo ajeno no para dominar ni para perderse, sino para dialogar, compartir, abrir caminos y puentes. Descubrir en lo otro la riqueza que nos falta y poder decir al mismo tiempo bebe en mi cántaro si tienes sed

(Publicado en febrero de 2013)

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