Terminé el artículo Lo imposible con una cita del filósofo francés Michel Onfray: “Un pensamiento que no cambia la vida del lector es un pensamiento cosmético.” Franz Kafka escribió: “Creo que debemos leer sólo la clase de libros que nos hieren, que nos apuñalan. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿para qué leemos?… Un libro debe ser el hacha para el mar congelado que tenemos dentro de nosotros.”
La inmensa mayoría de los libros de las editoriales cristianas tratan de temas ya conocidos por el público que los adquiere. Son continuas variaciones de las materias que se enseñan – o deberían enseñarse – en la comunidad de creyentes. Repasan amplia y reiterativamente el abecedario, ese conjunto inicial de temas que debe nutrir los primeros dos años de la vida de un creyente.
Hay una analogía genial sobre esto en la Biblia (Hebreos 5, 11 – 14) que en la parte pertinente puntualiza: “…habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño”. Siguiendo esta comparación, podría decirse que los libros cristianos en general tratan sobre la leche: entera, descremada, semi descremada, en polvo, condensada, evaporada, queso y todas sus variaciones, yogurt, dulce de leche, lactosuero, lactosa y cualquier otro subproducto que derive de ella. Profundos, emocionantes, inspiradores, pero todos tratan lo mismo. Reafirman, reiteran, solidifican lo que ya se aprendió, se sabe y se cree.
Los otros libros, que examinan las cuestiones filosóficas, políticas, sociales, económicas y culturales del mundo al que se nos urge alcanzar, influir y eventualmente redimir son absolutamente desconocidos para los cristianos. Los libros que enseñan sobre lo que creen los que no creen lo que nosotros creemos no sólo no se leen; además se los considera inútiles, peligrosos o mundanos.
Cuando publiqué hace muchos años un libro sobre los temas de actualidad que trataba en un programa que conduje por por un tiempo en una radio cristiana, advertí con cierta ironía a los lectores: “Hay que examinarlo todo y retener lo bueno, simplemente porque la mayoría de la gente cristiana cree que hay que examinar sólo lo bueno, es decir, lo que hacen, lo que producen, lo que escriben y lo que hablan los buenos, esto es nosotros…”

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