Esta es una pregunta de presente interés para mí: ¿Por qué la amargura es tan resistente? ¿Por qué las personas persisten en estar enojadas y heridas por lo que les pasó en la vida? Es casi como una adicción el sentirse miserables y en conflicto constante, incluso con las personas más cercanas.
Ni siquiera es posible comenzar a contar los libros, sermones, seminarios y talleres que existen para tratar el problema. Inmensas cantidades de dinero se gastan en ello. Uno tras otro, aparecen gurús del conocimiento escondido, iluminados con marketing digital, expertos y entendidos que aseguran la solución al problema.
Los entendidos proponen sanidades internas, plomadas, curaciones del alma, exorcismos de demonios ancestrales, pociones, aromas y citas de mágicos efectos. Señalan meditaciones, ejercicios espirituales, mantras versiculares, rituales de misteriosos efectos.
Fue por mis padres, por mi hermana, por alguien que abusó de mí cuando era pequeño. O los compañeros, de la escuela, un amor adolescente no correspondido. Una traición matrimonial, un fracaso laboral, una gran oportunidad robada. La guerra, el maltrato, un accidente, una catástrofe que se llevó vidas. Siempre tenemos una razón para justificar nuestra amargura.
Hay una diferencia entre enorme entre reconocer la amargura y justificar la amargura. Pienso que reconocer quiere decir admitir, aceptar que sufrí, que fue injusto, que no debió ser, que estaba indefenso. Justificarla es creer que porque sufrí, todos tienen que soportar mi mala onda, mi bronca, mi autocompasión. El dolor es auténtico y legítimo, pero el lamento constante e interminable me parece que no.
Como hemos ya dicho, mucha gente le asegura a uno cuál es la solución perfecta para resolver el problema. Con los años, he descubierto una simple verdad. No hay soluciones mágicas ni prestidigitaciones espirituales. Con la ayuda adecuada se termina entendiendo que el pasado no lo cambia nadie, pero sí hay la opción de cambiar uno respecto del pasado. Esa ayuda adecuada viene de profesionales expertos que no te envuelven la situación en magia; al contrario, te confrontan con tu responsabilidad personal.
Hay varias razones de por qué la amargura es tan resistente.
El dolor de la vida es real. No pretendo sugerir que no es así. Pero lo que no creo que es real es buscar justificaciones para seguir toda la vida amargado. Hay que crecer. Hay que hacerse responsable de la propia vida y ayudar a endulzar la vida de otras personas. Al fin y al cabo, en el dolor, nunca estamos solos.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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