Es cierto. Ayer tenía dieciocho años y estas palabras eran todas mías:

Apenas vi que un ojo me guiñaba la vida / le pedí que a su antojo dispusiera de mí, / ella me dio las llaves de la ciudad prohibida / yo, todo lo que tengo, que es nada, se lo di. (“Like a Rolling Stone”, Joaquín Sabina).

Con los años aprendí una invaluable lección: no es recomendable dar todo lo que uno tiene. La embriaguez de la pasión, los deseos de una vida plena, la entrega de los reductos más íntimos, todo eso tiene un precio. La gratuidad es una ficción, excepto la de Dios. Aquí entre nosotros todo se factura.

Reconozco que el cinismo no es una virtud, pero sí una moneda de cambio para adquirir alguna sabiduría. Con el tiempo, como debo haber dicho en alguno de estos artículos, las viejas lealtades, los sueños para siempre, la inocencia, todo ello se diluye con las transacciones y contratos que uno va firmando para aparentar que se tiene una vida interesante. Así, uno va esquivando presiones, componendas, explicaciones y apuros. Se lee, se escribe, se mira una película y al final del día se duermen ocho horas – impagable bienestar recuperado después de largos años de insomnios y angustias.

Hoy tengo sesenta y dos años y me apropio de otras palabras:

No hay nada nuevo bajo el sol. Incluso las cosas más nobles y espirituales son vanidad. Perseguimos la gloria y descubrimos que no era más que una burbuja de jabón, ingrávida y sutil. Nos rompimos el lomo para lograr los grandes proyectos y al final nos pidieron que abandonáramos el recinto por la puerta de servicio. Escribimos poemas de amor y abrimos las compuertas de la pasión y la esperanza y en el corazón no quedó más que arena y cascajo.

Eso de que todo pasa – por más lindo que se vea grabado en un anillo – es una pura ilusión, una sugestión necesaria para conjurar el derrumbe. El dolor, la miseria, los recuerdos, las heridas, el miedo, la vergüenza, la culpa, todo eso no pasa pero igual toca seguir adelante.

¿Eres feliz?, solía preguntarle a mis hijas cuando eran chicas. Una de ellas me lo preguntó de vuelta hace algún tiempo. “A veces sale el sol y corre una brisa agradable. Lo más del tiempo el pronóstico indica nublado”, respondí.

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