En la universidad, el Jimmy destrozó mis primeros poemas con un simple argumento: demasiados adjetivos, dijo. En el epígrafe de su análisis crítico escribió: “A Benjamín, quiltro fiel de los valores espirituales…” para sacudir sin mucha paciencia mis elevaciones devocionales. Enseguida subrayó severamente las abullonadas descripciones y los lugares comunes de mi incipiente literatura.
Nunca le agradecí lo suficiente, pero tampoco fui diligente en considerar su consejo. Los adjetivos fueron un mal hábito que adquirí al aprender este oficio y ya encuentro muy difícil, si no imposible, deshacerme de él. Esta mañana pensé: “¿Cómo sería la vida sin adjetivos?” ¿Podría escribir cuatrocientas palabras sin apellido, sin aclaración, sin barniz? ¿Se podría decir atardecer sin repasarlo con atributos como melancólico, dulce, ardido, lento? Claro que se puede. Pero a uno le parece que no es un atardecer si uno no lo adorna con nada.
Exploremos un poco más el ejemplo: a menos que el adjetivo sea imprescindible, agregarlo puede sugerir que desconfío de quien lee; si no le digo que es dulce o lento, ¿podrá tener esa visión? Pero, ¿es necesario que tenga esa visión? ¿Podría ser que yo le dejara elegir su propio atardecer al leerme? No, yo quiero que sea mi atardecer y no el suyo. Al fin y al cabo es mi poema.
A pesar de no ser yo un graduado en el uso acertado de los adjetivos, podría afirmar que, cuando es preciso, cuando es imposible que no esté allí, entonces es perfecto: “el sanguinario litre…” dice Neruda en el poema Botánica. Nunca el litre, esa planta que irrita la piel al ser tocada, tuvo una descripción más completa y exacta. Otras veces, sin embargo, el adjetivo disminuye o contamina la fuerza de la palabra como en “un lento atardecer prolongaba el suplicio de la espera.”
Para finalizar, un pensamiento que puede resultar en un gran adjetivo: Me imagino – a veces – a algunos lectores del sitio de CVCLAVOZ mirando este blog y preguntándose qué rayos tienen que ver estos pensamientos con la vida espiritual, la edificación de los creyentes, la orientación para el alma y todas aquellas especies que necesita la gente con el auxilio de gurús, predicadores, ensayistas, cantores, consejeros, profetas y demás…

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