“El cambio climático es uno de los principales desafíos, pero no el principal. Otros más importantes son el riesgo de las guerras nucleares, el consumo no sustentable de los recursos del mundo y la desigualdad global… la inmigración indetenible y la diseminación de enfermedades emergentes”

(Jared Diamond, filólogo, profesor de la UCLA, autor del libro Armas, gérmenes y acero)

En otras palabras, los males del mundo no son externos sino provocados casi exclusivamente por los humanos. El autor dice en otra parte de la entrevista – que leo en un matutino dominical – que no estamos bajo el riesgo de un cataclismo causado por un meteorito gigante. Tal vez recuerden la película The Core (El núcleo) que suponía un enfriamiento del núcleo de la tierra. Una catástrofe natural que termine con la vida en la tierra tal como la conocemos es improbable. La especie humana tiene mucha más chance de instalar ella misma tan terrible escenario.

El cine de ficción que trata con el tema de la destrucción del mundo (El día después de mañana, 2012, Battleship, entre muchas otras) propone casi siempre una colaboración o un gran acuerdo mundial para enfrentar el presente y el futuro de la humanidad. Frente al desastre los líderes mundiales organizan una comunidad global que buscará la reconstrucción y la paz definitiva.

Pero eso pasa en las películas. Los intereses de las grandes corporaciones, la lucha por la supremacía mundial y, en definitiva, nuestro propio egoísmo tornan imposible cualquier colaboración para mejorar las condiciones actuales y futuras de la tierra. En la política, la economía, las relaciones sociales y en los círculos más íntimos del quehacer humano prevalece siempre nuestra debilidad fundamental. No queremos perder y estamos dispuestos a hacer lo que sea para mantener nuestra posición y/o nuestra posesión.

Una posibilidad es acomodarse diciendo que son los últimos tiempos y que el fin viene. No se termina de entender que si se tratara de señales, las hay desde que el mundo es mundo: crueldad, muerte, cataclismos, guerras, hambre. Pero de algún modo gana el convencimiento de que éstas sí que son las señales definitivas y nada más hay que cuidarse mucho y esperar ser parte del Gran Escape.

Otra posibilidad es seguir trabajando en los diversos frentes en los que hacemos nuestra vida y desempeñamos nuestras labores, intentando por todos los medios mejorar los días de la gente y de la tierra.

Suena poco emocionante pero por ahí parece andar el mandato evangélico…

 

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