“Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue.”
Este relato del evangelio de Lucas está lleno de sorprendentes implicaciones. La más reveladora es que los piadosos miembros del templo de Dios, al oír algo que les desagradó, en lugar de proponer un debate o algún tipo de instancia de mediación, no dudaron en agarrar al supuesto ofensor y llevarlo hasta la cima de un monte para matarlo (las cursivas son mías para resaltar la seriedad de la acción).
Uno tiene que agradecer hoy que en nuestros países la religión, incluyendo el cristianismo evangélico, no sea una teocracia; de otro modo, hace mucho tiempo que algún celoso grupo de creyentes me hubiera fusilado en algún oscuro callejón de la ciudad por decir cosas ofensivas para su fe.
La segunda implicación es la posibilidad de desaparecer en medio de una turba furibunda. Sé que al creyente promedio le agrada más la idea que Jesús echó mano de sus capacidades divinas para desaparecer porque eso se ve mejor en el imaginario popular. Pero se me ocurre otra explicación mucho menos dramática pero sugerente: Jesús tenía una apariencia tan común que una vez que dejaba el lugar elevado desde donde solía hablar y se metía en el gentío simplemente desaparecía porque era igual a todos. En algún momento se debe haber zafado de sus captores y se mezcló con la gente.
Eso sería impensable para los dirigentes y personajes cristianos famosos hoy. Destacados en cuanta red social existe, invitados estelares de congresos, festivales y conferencias, rodeados de fornidos guardaespaldas que sólo permiten una o dos selfies o autógrafos, los cristianos famosos de hoy (cantantes, apóstoles, congresistas o autores) jamás podrían tener un perfil tan bajo como para desaparecer de la vista con sólo abordar el metro o caminar por la vereda de una avenida populosa de la ciudad.
Me hace un poco de gracia leer que habiendo sanado a una persona, Jesús le encarga rigurosamente que no diga nada a nadie. Hoy los milagros de sanidad salen en televisión, se ejecutan en grandes asambleas y se publican en todos los órganos oficiales del ministerio.
Pompa y circunstancia: algo tan ajeno al bajo perfil del Señor…

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