La interrogación al texto que se lee desde hace tantos años, la eterna pregunta, la renuencia a aceptar que hay una sola y única explicación para todo lo que nos pasa a nosotros y le pasa a los demás.

El encuentro con frases misteriosas como aquella del señor que después invitar sin éxito a la gente a las bodas de su hijo mandó a buscar a todos los que quisieran asistir, buenos y malos. Buenos y malos – y no queda claro si el único que fue echado porque no estaba vestido para la ocasión era un malo o un bueno.

La desesperación por lograr que el texto que se lee tenga sentido en el tiempo presente y no solamente para los que lo recibieron por primera vez porque si la palabra no sirve para hoy o no se puede entender para hoy entonces para qué sirve porque la leemos hoy y no dos mil años atrás.

Esa obsesión por ir del principio al fin del texto y volver al principio y volver a recorrerla como si fuera la primera vez que se encuentra uno con sus pasadizos, sus laberintos, sus giros encriptados, sus lamentos, sus exultaciones, sus sombrías descripciones de la muerte y de la sangre y del poema de amor que se desliza casi sin que uno se dé cuenta en la historia de Jacob y Raquel.

El misterio de aquel que será el que será, del que dijo que habitaría en la oscuridad, del que hizo la luz (y uno se pregunta entonces si antes no había luz) y que la miró y la encontró buena no en el sentido moral sino en el sentido estético – era bonita la luz.

La maravilla de lo que se entiende de inmediato porque es descriptivo y obvio y la perplejidad frente a las palabras que no tienen sentido alguno para la mente contemporánea acostumbrada a las razones, al pensamiento lineal, a los opuestos absolutos y mucho menos acostumbrada al poema brutal y áspero de los profetas que no se guardaron nada sino que dijeron todo a pesar de que por esa causa los mataron porque el mundo no quiere saber de juicios ni amores eternos

Eso y más me pasa en las mañanas que me desvelo para explorar ese libro antiguo con su lenguaje clásico y su versión que ahuyenta a los contemporáneos que quieren hablar puras palabras tipo meme.

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