Mi doctor termina de examinarme y tras su severo escritorio dictamina: “Tienes que dejar todo lo irritante”.

“Todo lo he dejado, doctor, y más. Excepto el café. Y no creo que pueda. Le prometo reducirlo pero no me pida que lo deje.”

El café con leche y las tostadas al desayuno son la obertura del día. No importa si será una jornada gris, emocionante, desafiante o aburrida. Es absolutamente imprescindible.

A una edad en que he debido ajustar la dieta, la actividad física – y otras actividades, permítaseme el café. Es todo lo que pido. Aunque sea menos.

Así, Amelie es el café donde empieza casi la totalidad de mis días en esta ciudad. Ese ritual marca el sentido de mis próximas horas y con eso me basta. La vida tiene sus afanes, pero que comiencen al salir de ahí.

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Mi amiga Claudia me lleva al café Alexander, a pasos del Cristo, en Santa Cruz, Bolivia. “Te va a gustar”, me asegura.

Y tiene razón. Tiene la atmósfera justa, la luz, los colores, los cuadros, las chicas que atienden a las mesas, el aroma inconfundible de café y lo que se le ocurra a uno en dulce y salado.

En la carta veo una masita dulce que me atrae: Danish. Hay que remitirse a la fotografía aquí. No puedo describirlo tan bien como se ve y como sabe. Así que elijo café con leche y danish.

Y entonces se produce esa conexión que tengo con Amelie. Tal vez haya otros lugares lindos en la ciudad, pero éste es el lugar para mí y ahí quiero volver cada vez que se pueda. Durante mi breve estadía regresamos tres o cuatro veces. Mi lugar para café y danish en Santa Cruz; no hace falta más.

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Nunca puedo esquivar la pregunta que me hago casi todos los viernes cuando incluyo aquí un escrito no convencional, un mini ensayo no técnico.

¿De qué puede valer contar estas cosas? En este mundo metalizado, mediatizado, hiperconectado, acelerado, ¿cómo puede la descripción de un desayuno o de una hora selecta en un café citadino aportar valor a la vida?

Tal vez recordándonos que el ser es la esencia de todo. Que el hacer y el sentir no tienen valor alguno si no provienen del interior de nosotros, de lo mejor que tenemos.

Digámoslo una vez más. La vida tienen sus afanes. Pero que comiencen después del café con leche… Y el danish en este caso.

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