La verdad en ciento cuarenta caracteres. Los grandes principios de la vida en memes reproducidos hasta la náusea en las redes sociales. Los asuntos universales expresados en frases cliché de una línea y media. Artistas populares y conductores de televisión que pontifican sobre la guerra, el cambio climático y la sacralidad de la democracia representativa. Enunciados políticamente correctos sobre las minorías sexuales y el derecho a la privacidad.

Estas son algunas manifestaciones de la cultura popular que, según alguien caracterizó hace algunos días, “no profundiza en nada pero cubre todo”. No es que los temas abordados no sean objeto de legítimo saber. Lo que abruma es la pretensión de conocimiento suficiente y definitivo que tiene la gente sobre cualquier cosa porque lo escuchó en las noticias, vio un documental de Discovery Channel o porque lo leyó en un reportaje de una revista de divulgación científica o de expansión de la mente.

La cultura popular se impone como verdad irrefutable sobre cualquier asunto político, económico, artístico, ético o lo que se te dé la gana; es absolutamente mal visto que alguien cuestione las vacas sagradas que pintan artistas y opinólogos de la farándula. Sienta sus reales en la santidad intocable de internet. Si está ahí, si alguien lo posteó y si encima se viralizó hasta la saciedad, tiene que ser así. ¡Por favor, cómo vas a negar su legitimidad si alcanzó 2,982.630 likes en menos de dos horas! (Si es una imbecilidad, aunque tuviera cien millones de likes en el mismo tiempo, va a seguir siendo una imbecilidad hasta el fin de los tiempos).

Tristemente, ha ganado espacio y legitimidad en los círculos cristianos. No podía ser de otra manera. El cristianismo contemporáneo sigue sumisamente las tendencias culturales a pesar de su atildado discurso de que no es de este mundo. Para ser consistente con la verdad de los hechos habría que decir que en pocos momentos de la historia de la humanidad -si los hay- el cristianismo ha sido más funcional al espíritu del mundo como lo es ahora. Habiéndose refugiado hace siglos en la idea que ser cristiano es exclusivamente evangelizar, hacer misiones, no participar en política y mantenerse exento de vicios y costumbres promiscuas, es penetrado limpiamente por la cultura pop a la cual finalmente cristianiza, aunque sea inadvertidamente.

A veces dan ganas de decir como mi mamá: “Hijito, lo que pasa es que estamos en los últimos tiempos”.

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