La pérdida de alguien que queremos. El divorcio. Un fracaso profesional. Una enfermedad incurable. Decisiones que traen consecuencias tristes. La muerte de un pariente cercano. El miedo. La tristeza. Los años que pasan. La soledad. La culpa.

Estas – entre otras – son algunas de las causas por las cuales el dolor viene a instalarse en el entramado de la vida. A veces, no avisa. Otras, lo presentimos. Pero nunca estamos preparados para manejarlo con alguna ventaja. Siempre nos sobrepasa por alguna parte. Tiñe de gris los días y las noches. Las noches, sobre todo…

Siempre ha sido parte de nosotros. Por eso, no termina de sorprenderme por qué siempre la gente le teme tanto. Hace un tiempo escribí en alguna parte:

“Desde el minuto atroz en que nacemos, cuando del tibio seno materno somos lanzados literalmente al frío, al calor, al dolor, a la supervivencia, la realidad se muestra renuente a darnos alegría como un estado permanente. No es raro, por lo mismo, que tengamos la idea de que todas las cosas agradables, dulces, felices, son pasajeras. Aprender a vivir en paz con el sufrimiento, es el primer indicio de que estamos alcanzado la madurez.”

Hay que admitir que es una pieza de literatura bastante pobre, sobre todo la última frase; parece charla de campamento, pero tiene una pizca de verdad: la alegría no dura siempre y eso sí es algo difícil de aceptar, especialmente en una cultura que rinde culto al bienestar y el placer. Si no estás feliz, eres un perdedor. Libros de autoayuda, psicoterapias, medicamentos, lecturas devocionales, ejercicios espirituales y otros recursos son invocados fervientemente para disolver la dura materia del dolor.

En el Libro hay un par de frases magistrales: “consoladores molestos son todos ustedes”; “mi alma rehusaba consuelo”. ¿Alguien puede entender que a veces no queremos y no necesitamos consuelo? ¿Que queremos asistir a la cátedra del dolor y permitirnos aprender algo que la alegría no enseña? Eso sí. Convengamos que si el dolor no enseña nada, no sirve para nada. Puede enseñarnos, por ejemplo, que no es muy presentable exhortar a los dolientes acerca de la felicidad cuando uno dispone de un buen bistec todas las noches y una mullida cama para dormir.

Es imposible haber aprendido algo del dolor y no ser humildes. Es imposible haber aprendido algo del dolor y no tener compasión. En el dolor, se calla y se aprende.

(Publicado en octubre de 2012)

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