La señorita Sonnia miró el dibujo un rato. Miró a Acevedo y dijo: “Este dibujo no lo hiciste tú”. “Sï lo hice, señorita”, respondió mi compañero con una voz un poco temblorosa. “No, quiero que me digas quién te lo hizo”. “Lo hice yo, señorita”. “No. Por última vez dime, ¿quién te lo hizo?” Acevedo, rendido y con un hilo de voz, confesó: “El Parra, señorita”. “El Parra… ¿Quién es el Parra?”

Yo observaba este verdadero drama a cuatro pupitres de distancia; un drama, digo, para un chico de doce años que estrena su primer año en el secundario. Me levanté y dije quedamente: “Yo, señorita”.

Era nuestro primer trabajo de dibujo, para presentar nuestra familia. De buena onda le había hecho el dibujo a Acevedo porque me dijo que no tenía idea de cómo dibujar semejante cosa.

La señorita Sonnia me llamó, mandó a mi compañero a sentarse y miró largamente el dibujo de mi familia. Parado a su lado, yo sentía que el cielo de pronto iba a caer sobre mí. No recuerdo mucho los detalles pero ella parecía asombrada. Hizo algunos comentarios que están entre los más elogiosos que recuerdo de mí, que no son muchos, y se quedó con la lámina.

En el cuadro yo había desplegado a toda mi familia en un espacio ideal: una suerte de gran cocina comedor donde aparecíamos haciendo lo que yo encontraba característico de cada uno. No era una pieza de gran factura como los de Rojas a quien yo consideraba un genio para el dibujo o los de Alfaro, especialista en dibujar aviones y barcos de la segunda guerra mundial.

Creo que lo que mi profesora advirtió fue por una parte la atmósfera plasmada en esa imagen y por otra la captura de situaciones relativamente complejas para ser graficadas, como el tío Carlos leyendo el diario, mi papá arreglando unos zapatos y mi mamá inclinada preparando el almuerzo.

Hace ya más de medio siglo de ese episodio. A esta distancia debería confesar que lo pintado allí fue totalmente imaginario. No teníamos tal espacio y mi familia no gozaba del espíritu comunitario ni del disfrute reflejado allí. Heredé en realidad de ella más bien un desapego de los placeres del hogar, condición que combatí durante mis muchos años de casado y que retomé en este tiempo de soledad adquirida a un precio no pequeño.

Del dibujo  nunca supe más. Tal vez quedó entre los papeles de mi profesora como la crónica de un mundo que nunca fue…

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