Así decía mi mamá: “Es el enemigo” – la razón de los males y conflictos que afectaban de tanto en tanto a la familia. Pasando los años empecé a colegir que las angustias de la vida mayormente se originan en nuestras propias decisiones o en las que otros hacen y alcanzan a dañarnos. Alguna vez oí por ahí un cuento en el que Satanás iba a quejarse ante Dios porque la gente le echaba a él la culpa de todo; no recuerdo cómo terminaba la historia pero ilustraba bien mi percepción de entonces.
Concluí el artículo pasado – Qué verde era mi paraíso – citando a mi mamá y afirmando que cada vez le voy encontrando más razón. Cada vez me va pesando más esta condición nuestra, esta constatación de la inmensa capacidad que tenemos de hacernos mal unos a otros. Y uso la primera persona plural sin eufemismos: somos peritos arquitectos, consumados constructores de maldad. El enemigo somos nosotros. El hombre es el lobo del hombre escribió en su momento Thomas Hobbes, tratando con la naturaleza de la raza. A nivel personal soy por cierto consciente de la posibilidad de la bondad humana por haberla experimentado de diversos modos; de la misma manera lo soy de la maldad y por las mismas razones. Pero a la hora de considerar esta balanza de maldad y bondad en el cuerpo social el panorama llega a ser desolador. Desde el nivel más alto de la jerarquía social hasta su base misma los episodios de corrupción, violencia, crimen, fraude, traición, indiferencia, abandono, discriminación – sólo por nombrar algo – son de tal magnitud que es virtualmente imposible pensar en alguna mejoría. Hay muy poco espacio para albergar alguna esperanza de que las cosas puedan mejorar.
No me amparo en esa acomodaticia e irresponsable costumbre de los cristianos de atribuir el presente estado de cosas a los últimos tiempos y a la inminencia del retorno del Señor; suena muy elevado y espiritual pero no es más que un escapismo ideológico y una renuncia impresentable a alguna acción directa que influya para bien.
Me abruma la inmensidad de la tarea que hay por delante si uno quiere participar en algún proyecto de mejoría social. Y aunque con frecuencia me asalta un pesimismo sofocante no pierdo la esperanza que lo podamos intentar… alguna vez.

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