Vamos a mirar la casa que mi amigo está remodelando. Nos disponemos a contemplar su arte de tornar lo antiguo en algo visualmente amable, un sitio de habitación para las nuevas generaciones que no tienen nada que ver con monos y vive el presente sin ambages. Es, me dicen, la renovación del eterno ciclo de la vida: nada se termina, todo se transforma.
Sin embargo, como un vigoroso mentís, en una orilla se me aparece un níspero. Su porte, tan familiar para mi memoria hechizada por el pasado, con sus inmensas hojas lanceoladas y sus brotes de frutos verdes se alza como un emblema del tiempo que permanece no en los muros ni las rejas sino dentro de mí. Se conecta con el níspero fundamental de mi existencia donde, encaramado en su cima, con un almohadón y los bolsillos llenos de nueces leí una versión completa de “Las mil y una noches”, escondido del ruido y la chatura de las cosas cotidianas. En el níspero entré en el mundo eterno de Harún al Raschid y Scherezade y vagué por las misteriosas calles de Bagdad en una época cuando Bagdad no era ni lejanamente lo que es hoy para la mente humana.
El níspero atestigua en mi personal mundo imaginario la permanencia de la memoria. Me reasegura la incambiable estructura del ayer que vive dentro de mí como muda protesta contra la histérica movilidad del presente. Hace mucho, cuando todavía tenía la inocencia de la fe y no había aprendido a sumar los años, las cosas duraban para siempre. Era posible ir creciendo y el mundo permanecía con sus muros de adobe y sus calles de piedra. Era el fundamento de la realidad donde las cosas tenían nombres familiares y uno se asombraba con las luciérnagas, el subterráneo de la casa de don Juvenal y la escuela donde – no sé ustedes – quería estar y vivir para siempre. Donde estaba el níspero era Nunca Jamás, un lugar maravilloso en el que uno no crece y no hay que dar razón de ninguna cosa.
Pero ya no existe aquel árbol primigenio. Lo taló un señor que creía en el progreso y el futuro como las cosas más importantes de la vida. Perdón por la franqueza, pero el futuro no me provoca interés alguno, porque de tanto leer y mirar noticias (concuerdo con Anthony Hopkins), uno se va tornando “cínico y miserable”.
Culpa del níspero será…

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