Cruzar los cercos fronterizos, perforar los límites y adentrarse en territorios distintos. Encarnarse en lo otro en vez de seguir alucinando con conquistas mundiales y desde cómodos recintos cerrados continuar analizando las estadísticas con avanzadas máquinas virtuales. Ensuciarse no sólo las manos sino el cuerpo todo con la contundencia de los hechos. Tanto discurso apocalíptico y tanta elucubración redentora sólo han producido preñeces llenas de viento y sonidos extraños.
Los hechos están a la vista. El perro mundo se extiende inagotable, lejos del amor, ajeno a la mirada de la autodenominada selecta mayoría que sale de sus convocaciones dominicales y se dirige a simpáticos restaurantes familiares a comentar los notables acontecimientos que han tenido lugar en sus solemnes recintos cerrados, a salvo de la feroz chimuchina del dolor y la desesperanza de la inmensa mayoría.
Invisible a sus ojos se extiende el mundo verdadero, la clase humana desplazada, el opresor oscuro, la zarabanda de anuncios y talk shows, el mercado de valores, los señores intendentes, prostitutas y proxenetas, ladrones de cuello y corbata, delincuentes patibularios, inmensas minorías, mercaderes del bienestar a plazos, enfermedades y pestilencias desconocidas, esclavas y esclavos simulados como mano de obra barata, gordos y perfumados potentados, escuálidos y tirillentos mendigos, planificadores gubernamentales, policías al mejor postor, estallidos sociales, homicidios, femicidios, parricidios, suicidios y deicidios diversos, informes secretos, pobreza innumerable, atascamientos de vehículos, contaminación desencadenada, desesperación multiplicada y esperanza inimaginable.
La galería, el palco y la platea rebosan paz, sin embargo. Estos exabruptos apenas reverberan unos segundos en las pantallas del sistema y luego se disuelven como molesta neblina en autopistas suburbanas. La congregación tiene otros asuntos que tratar: sus inmensas alegrías e interminables celebraciones, las asombrosas superproducciones de sus creadores y la filosofía utilitaria de sus notables ciudadanos. Sus tiendas temáticas están abiertas las 24 horas y sus tesorerías trabajan sin parar tabulando los réditos de la confianza mayoritaria.
Esto me acontece por épocas; son períodos en los cuales se agudiza la irritación de la vida. Más tarde, para aliviar un poco la cosa viene la poesía, el recuerdo, alguna sutileza, un comentario intrascendente, la perplejidad. Allá, al otro lado de la alambrada, enhiesta, invencible, orgullosa permanece la fortaleza. Inmutable. El mundo puede venirse abajo si quiere. Qué más da. Así está escrito…

(Este artículo ha sido escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

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