“El pago de Chile, término usado por nuestro querido antipoeta Nicanor Parra, es simplemente que quienes han dado un servicio provechoso sufren la ingratitud, no solo siendo ignorados o ninguneados, sino incluso siendo castigados y maltratados cuando se puede prescindir de sus valiosísimos servicios:”

(Rodrigo Arenas, El Mostrador, Periódico Digital, 24 Octubre 2014)

Releo por segunda o tercera vez – ya no recuerdo -, “El general en su laberinto”, historia novelada de Gabriel García Márquez.

Relata el último viaje de Simón Bolívar desde Santa Fe de Bogotá hasta el interior de Colombia surcando el río Magdalena, hacia el fin del cual muere en la Quinta de Pedro Alejandrino en Santa Marta.

Su historia, después de la independencia de los países en las cuales participó, está llena de convulsiones, traición e intentos de asesinato, lo que provee el telón de fondo que proyecta el fin de todos los libertadores de América.

José de San Martín, Bernardo O”Higgins, Manuel Rodríguez, José Miguel Carrera, Antonio José de Sucre, José Artigas, Simón Bolívar, son algunos de los nombres asociados al enorme movimiento independentista que recorrió toda América en los albores del siglo XIX y que marcó el fin del dominio español.

Casi sin excepción, después de la conquista de la independencia y de turbulentos períodos  políticos posteriores, los libertadores mueren en la pobreza, el exilio, el olvido o son fusilados o asesinados por los mismos que combatieron con ellos o que disfrutaban del nuevo orden.

Ni más ni menos: el pago de América.

William D. Taylor, en su libro Crisis in Latin America, cita una frase inolvidable del general Bolívar: “América es ingobernable”.

Desde las primeras décadas del siglo XIX no ha parado hasta hoy  el ir y venir de caudillos, caciques, semidioses y semidiosas, traidores, advenedizos, conspiradores, barones y traficantes del poder que se han repartido la historia, el botín y el destino de nuestros países en nombre de su libertad.

Hay poquísimas excepciones en las que algunos gobernantes dieron muestras de exquisita austeridad, extraordinaria honestidad y calidad de servicio público, que entendieron y promovieron el bien común como condición del buen gobierno.

El resto no es más que la crónica de un hato abrumador de dirigentes hambrientos de poder y dinero que matan, exilian o hacen olvidar a los verdaderos libertadores.

Por lo cual, recordando al propio Gabriel García Márquez, no parece que nuestra querida América vaya a tener una segunda oportunidad sobre la tierra.

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