Es la sumisión. La idea asombrosa y simple jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta”. Así dice un crítico literario que Michel Houellebecq resume el fin de su libro “Sumisión”. El lector desprevenido tal vez piense que el autor cree efectivamente que la sumisión es la felicidad. Veremos que no es así.

Houellebecq es un escritor controvertido, crítico social, un ser políticamente muy incorrecto que a través de su obra ha expuesto las miserias de la cultura contemporánea. Es lo opuesto al sumiso: un rebelde.

Recibí por muchos años una educación que enseñaba la sumisión como un principio activo fundamental del carácter cristiano. Creo, con la perspectiva que otorga el tiempo, que sus proponentes creían eso sinceramente, que ella reflejaba fielmente el “carácter” de Cristo.

Una turbulenta confrontación con los contenidos pedagógicos del cristianismo dominante – el que fue transmitido desde los países occidentales más poderosos – me llevó a concluir que esa enseñanza reflejaba el carácter del conquistador. Pensar la Biblia en un país que se valora a sí mismo el “número uno” del mundo sesga inevitablemente la comprensión del texto. Aquí no hay espacio y no es lugar para profundizar en estas ideas. De un modo más sutil que en el siglo XVI, muchos de los contenidos de la enseñanza evangélica recibida reedita la gesta de la cruz y la espada: “Las cosas son así. Si no te gustan, atente a las consecuencias.” Los efectos prácticos de esta política no declarada son diversos y profundos. Consagra la permanencia de un pensamiento bíblico superior que se plantea como último y definitivo.

La rebeldía es infeliz, ingrata, incomprendida. Se la tilda de soberbia, orgullo, dureza de corazón, producto una mente muy herida, traidora a la comunidad y digna de condenación.

La ironía de Houellebecq es brillante: la mayoría de la gente prefiere la tranquilidad y la tibieza de acomodarse al discurso dominante porque así no se complica la vida, es feliz y garantiza un pasaje a las mansiones celestiales. Es un infalible seguro de viaje a la eternidad.

Hace ya muchos años que elegí la rebeldía. No como un berrinche infantil o un viscoso respiradero para la pus de las heridas. La elegí para asegurar que estoy comprendiendo, o peleando por comprender, el verdadero sentido de la violencia conceptual del reino de Dios.

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