Algo es dos veces bueno si es breve, dicen. Pero qué difícil encontrar algo bueno. A veces es mejor leer algo que sea extenso pero bueno y no sufrir algo breve e inservible.

San Agustín demoró trece años en escribir La Ciudad de Dios y después de 1600 años aún es leída. Hoy un autor escribe un libro por año y nadie recuerda su penúltimo título.

Ya se ha dicho muchas veces pero es absolutamente necesario repetirlo: tiene más valor un abrazo en persona que 200 saludos de cumpleaños de los “amigos” de Facebook.

Bienaventurados son los que leen libros, ensayos, editoriales y crónica especializada, porque ellos no serán controlados, manipulados ni tomados por sorpresa.

Según Fermina Daza la sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve para nada. Una lata: el ser interior se renueva de día en día y lo de afuera se desgasta irremediablemente.

Las resoluciones de año nuevo no son nada más que una disculpa repetida cada 31 de diciembre por las cosas que siempre prometemos y que en realidad no vamos a cumplir nunca.

Toda la música que he escuchado y que he seguido siempre me parece, ni más ni menos, una serie de notas al pie de Samba pa’ ti de Carlos Santana. Así de simple. Ya lo dije y qué…

Qué patéticas son las discusiones de la gente que argumenta desde sus irreductibles convicciones. Hay más esperanza en un diálogo sincero entre dos sordos incurables.

Las convicciones deberían ser puntos de partida para diálogos inteligentes. Pero parecen cárceles donde los presos gritan sandeces a quien está en la celda de al lado.

Soñé con una casita cerca del río, montañas, lavandas, buganvillas, álamos, eucaliptus, sauces, silencio y paz. Me desperté y me di cuenta que era posible… todavía.

El fracaso con su olor acre, con su color de tierra; con su bofetada seca, su triste evidencia. El miedo, viscosa garra oscura, presencia inmovilizante, terror nocturno.

Con la materia del miedo y con imaginación de artesano construir un amparo, una esperanza, una conciencia que arrebate con violencia los verdaderos frutos del reino.

Después de la tarde, la oscuridad desliza su manto de terciopelo sobre el estrecho territorio de mis huesos. En ese preciso momento, sonrío al recordar que la noche es joven.

Construir un mundo silencioso, estacionar para siempre el dolor de los años perdidos. La renuncia como última valentía posible, el último acto digno de la voluntad…

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