¿Qué es eso otro que tanto obsesiona a quienes miran más allá del universo propio? ¿Por qué esa continua interrogación a la diferencia? ¿Por qué simplemente no estacionarse en el territorio común? Hay tanto para ver por aquí, tanto rumor de incesante actividad, tanta necesidad insatisfecha. Tal vez sea por eso. Porque como en los mercados y en los grandes almacenes, aquí hay bienes y servicios para cada deseo; linimentos y pomadas para todas las posibles heridas; consejeros y gurús para la variada gama de conflictos humanos; discursos y palabras para todas las posibles emergencias del alma.

Lo otro, en cambio, hay que salir a buscarlo sin cartografías. No sirven ahí los sistemas satelitales de posicionamiento global. No hay para lo otro aplicaciones 1-click que permitan abordarlo y comprenderlo. Es desconocido. Entraña riesgos y peligros para los cuales no hay adminículos profilácticos. Late con un pulso misterioso. No hay procedimientos preventivos para neutralizar todas sus posibles seducciones. Para entrar en lo otro y de veras descubrirlo, hay que dejar de lado los escudos del prejuicio y rendir las armas del lenguaje. No es posible tocar lo otro, comprenderlo y eventualmente amarlo sin deshacerse de pertrechos y armaduras.

Lo otro sin embargo continúa disponible. Previstos los desprendimientos previamente enumerados, permanece accesible. Eso otro que provoca, contradice e interroga sin límites, desafía estereotipos y pláticas redentoras. Aborda la existencia sin supuestos y no tiene miedo de las preguntas. No hace reverencias ni besa anillos. No tiene candados, letreros ni rejas. Es implacable con los convencionalismos y severo en la crítica. No se lo convence con cuatro leyes o siete puntos.

Ahí está el complejo, multitudinario y diverso mundo de lo otro. Invita, espera, anhela, porque no deja de buscar, no cesa de inquirir, no para de llamar…

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