“¿Qué es la fe?” le pregunta en un periódico nacional Victoria de Masi a Fabián Casas, escritor, poeta y ensayista argentino. La respuesta es intrigante: “La fe es algo que tiene Palito Ortega. Y el papa Francisco: el único hombre que sabe con certeza que Dios no existe.”

La ironía, leo en internet, significa decir lo contrario de lo que se quiere dar a entender, empleando un tono, una gesticulación o unas palabras que insinúan la interpretación que debe hacerse. No sabría decir si Casas quiso decir lo contrario pero esa ironía me parece genial.

La historia nos otorga mas que abundantes pruebas de que la mayoría de los dirigentes religiosos vive a bastante distancia de lo que Dios es o de lo que se supone deben representar de El al mundo. Por eso tienen sentido las palabras del entrevistado. Por la forma en que muchos líderes se conducen, pareciera que tienen una certeza absoluta de que Dios no existe porque de otro modo no harían las cosas que hacen, muchas de ellas en Su nombre. Si tuvieran la certeza de que existe y que es lo que dice que es, entonces tendrían algún grado de temor o prudencia.

Los ocupantes de las bancas de las instituciones cristianas tal vez no lo dirían de una manera tan cruda como Casas, pero lo piensan. De eso puedo dar fe después de estar toda mi vida dentro de ellas; las cosas rara vez son lo que parecen.

Curiosamente, el pueblo creyente prefiere no hacer públicas sus aprensiones. Es que alguien tiene que garantizarle que su fe y su fidelidad al sistema le franqueará la codiciada entrada al cielo de los cristianos. Si los dirigentes no son lo que dicen que son, la esperanza hace agua por todos lados y nadie quiere vivir así. Se necesitan certezas tranquilizadoras. En definitiva, la mayoría tiene alojada su fe en las certezas otorgadas por la institución, no en la realidad misma de Dios.

Digámoslo otra vez: la fe está puesta en las certezas que los dirigentes le proporcionan; ellos le dicen qué deben creer y lo que deben hacer. Descansar en tales certezas es mucho más grato que explorar por uno mismo las complejidades de la Biblia y el pensamiento y la acción que derivan de ese conocimiento.

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