Alejarse del propio universo y entrar en el mundo de los otros. Hemos mencionado esto varias veces en este espacio. Con motivo de celebrarse una vez más la encarnación del Cristo entre nosotros, valdrá la pena reflexionar sobre el tema de nuevo. La entrada de Jesús en este mundo tiene una dimensión sociológica que suele escapar a la consideración de los expertos. El que vino se alejó de su entorno natural, de las cosas que le eran propias, para ofrecer sus palabras y ofrecerse a sí mismo como camino, como verdad, como vida, como posibilidad transformadora.

Semejante despojo debería hacernos pensar. ¿Cuánto nos alejamos de nuestro espacio cotidiano? ¿Cuánto nos internamos, cuánto interactuamos en el mundo de los otros, de los que “no son como nosotros”? Hay gente que tiene otro color de piel, distintas convicciones, costumbres diferentes. Se mueven en círculos que nos perturban y nos incomodan. Piensan en cosas que consideramos impropias. Tienen hábitos y aficiones ajenas a nuestra cultura.

Poco salimos de nuestra zona de comodidad social. Muy poco. Un somero examen de nuestra agenda diaria nos va a demostrar cuán lejos nos encontramos del modelo de Aquel a quien queremos amar y cuyos pasos deseamos seguir. Nos movemos entre gente igual, cercana a nuestras costumbres. Vamos a los mismos lugares que van ellos. Creemos las mismas cosas, escuchamos la misma música, leemos los mismos libros. Llegamos a considerar una virtud eso de no mezclarnos con los otros. Todas las actividades que realizamos fuera de nuestro círculo las consideramos un mal necesario, una cierta “responsabilidad social”, pero apenas podemos, corremos a nuestro refugio, a nuestros amigos, a nuestras instituciones, a nuestra familia.

Claro, les enviamos mensajes a los otros, escribimos cosas que tal vez puedan leer, les invitamos a dejar sus culturas y venir a nuestro mundo, sin alejarnos de la seguridad de nuestro pequeño cielo en la tierra. Son ellos los que tienen que venir.

Si Jesús hubiera usado esta misma lógica, jamás le habríamos conocido. Para El significaba descender, minimizarse, limitarse, atreverse, alejarse y estar en peligro todos los días. Entró en espacios prohibidos, habló con gente marginada y enemiga de la cultura. Su sola existencia era un mensaje de encarnación en lo otro, en lo diferente a Su naturaleza.

Tal vez deberíamos cerrar la boca un poco más seguido y salir a andar un rato fuera de nuestro círculo.

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